De La Tour. La buenaventura
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Georges de La Tour nació en Lorena, en 1593, en el pueblo bajo mando episcopal
de Vic-sur-Seille, segundo de siete hermanos. No se sabe nada sobre cómo el
hijo de un panadero pudo formarse y llegar a ser pintor, pero el caso es que,
en 1617, se casó en Lunéville con una noble llamada Diane Le Nerf e inició una
gran carrera bajo el mecenazgo del duque Enrique II de Lorena, que era fan de
Caravaggio.
La
Tour, en los años siguientes, no paró de recibir encargos de los ricos de
Lunéville, fue pintor oficial del duque, se hizo millonario, se construyó una
estupenda casa y comenzó a tener hijos hasta un total de 10. Todo se estropeó
cuando los franceses asolaron la ciudad en 1638.
De La Tour. El tramposo del as de tréboles
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La
etapa nocturna se caracteriza por un intenso recogimiento, por una evidente
espiritualidad, por una geometría estática de masas y de colores y, sobre todo,
por el persistente e inconfundible recurso del pintor a iluminar a sus
personajes y sus escenas mediante la fuente de luz de una vela. Esa vela (o
palmatoria, o lo que sea) la suele colocar con frecuencia en el centro del
cuadro, alguien la tapa en parte con su mano (o no) y la luz que despide hace
resplandecer rostros y amplias zonas de ropa mientras que el resto de la tela
permanece en penumbra o en la completa oscuridad. Éste es el estilo de La Tour
que aprendemos a conocer y reconocemos.
De La Tour. El recién nacido
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La Tour pintó no pocas obras religiosas -bíblicas, evangélicas y de santos-,
pero los críticos -y también Malraux- han hecho notar siempre que -con la
excepción de algún santo- las figuras y las escenas religiosas no están tan
sublimadas como acostumbramos a ver, confundiéndose con personas y hechos que
podrían ser bien corrientes. ¿Por qué ese recién nacido es o ha de ser Jesús?
¿Por qué esa atractiva muchacha meditabunda es o ha de ser María Magdalena?
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Después de una fructífera estancia de varios años en París, alojado en el
Louvre y protegido por el rey Luis XIII, Georges de la Tour regresó a Lunéville
en 1641, incrementando su dedicación a la pintura religiosa y aumentando su
prestigio. Una epidemia de peste acabó con la vida de su mujer el 15 de enero
de 1652 y, a los 15 días, con la suya
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Georges de La Tour. La
Magdalena penitente
De La Tour. Magdalena penitente |
El drama de luz y tinieblas de Caravaggio, Georges de La
Tour lo convierte en serenidad y contemplación. Una llama vertical asciende de
una lámpara y baña parcialmente con su luz aceitosa la habitación en sombras en
la que una mujer joven apoya la cara pensativa en una mano mientras posa la
otra sobre la calavera que tiene en el regazo. Sobre la mesa, junto a la
lámpara, que es un vaso de cristal con esa transparencia que sólo hemos visto
pintada en Velázquez, hay unos libros, un objeto que sólo si se mira con cuidado
se ve que es una cruz, un látigo hecho con una soga, tampoco muy visible,
porque se pierde pronto en la oscuridad. El látigo, la cruz, son los emblemas
ortodoxos de la penitencia. La luz es la fugacidad de la vida; la calavera, el
recordatorio de la cercanía de la muerte; los libros cerrados, la vanidad del
conocimiento humano.
Otros pintores representan a la Magdalena azotándose,
juegan con el contraste entre la belleza de su carne joven y las telas de saco
o las pieles ásperas que la cubren a medias, en grutas o parajes
convenientemente desérticos. Georges de La Tour reduce al mínimo el vocabulario
obligatorio de la representación para concentrarse en la plenitud de la
presencia, en una contemplación ensimismada que es la de esa mujer en la
habitación en la que sólo arde una llama y la que se nos contagia a nosotros
cuando miramos el cuadro, examinando el modo en que esa luz toca cada
superficie, la piel joven, el pelo tan liso, la camisa blanca, los dedos, las
uñas, el hueso de la calavera, la soga, el contraste entre el máximo de
claridad y los grados diversos de penumbra, y luego de negrura.
Font: Antonio Muñoz Molina