Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de
espectros, he visto el espectro del pensador.
Delfín Agudelo: ¿Te
refieres a El pensador de
Rodin, siempre tentador de comentarios?
R.A.: Sí; se trata de una estatua sobre la cual se han
dicho todas las cosas, casi, pero que cuando la veo siempre me hace remitirme a
toda la tradición iconográfica de la melancolía. El pensador, apoyando la
cabeza sobre la mano, es algo así como una de las grandes culminaciones
modernas de una tradición que enigmáticamente se remonta muy atrás. Me acuerdo
hace años una exposición en París sobre la melancolía en que se podían ver
piezas en las cuales había ya una representación humana con el motivo de la
melancolía en el arte egipcio, y desde luego en el griego: es siempre esa
posición del rostro, de la cabeza apoyada en la mano o el puño, como es el caso
del mismo pensador. A lo largo de la historia ha tenido sucesivas encarnaciones
ilustres: el Ángel de la melancolía de
Durero o Lorenzo de Medici tal como lo esculpió Miguel Ángel. La fascinación
extrema que nos produce el pensador de Rodin y que ya produjo en su propia
época, a finales del siglo XIX, es que es una efigie, una estatua, que logra
concentrar toda la energía de esa tradición iconográfica de la melancolía; es
como si verdaderamente ese hombre que nos muestra Rodin estuviera en un estado
tan supremo de concentración, que es ese estado en el cual la concentración
prácticamente roza el vacío. Ese juego entre la plenitud y el vacío forma parte
de las características de la melancolía, y en ese sentido el hechizo del
pensador sería que nos obliga a meternos dentro de él, nos obliga en cierto
modo a viajar a través suyo hacia dentro de nosotros mismos.
Font: Rafael Argullol