Duchamp.
Fountain. 1917, replica 1964
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Desde que Marcel Duchamp introdujo un urinario en un museo, se cerró el hiato
que separaba el objeto cotidiano del objeto de arte: todo puede ser arte. Poco importa que el propio Duchamp,
presintiendo que su gesto conducía al arte a un callejón sin salida, dijera que
nunca hubiera esperado que alguien se tomara en serio su travesura. En serio se
la tomó Joseph Kosuth, teórico del arte conceptual, que fue quien extrajo, en
su ensayo Art after philosophy de 1967,
la consecuencia lógica del ready-made: el arte nada tiene que ver con la
estética. Desde entonces, desasidos del deber de causar en el espectador una
impresión, de belleza o de zozobra, los artistas, orgullosos, han tirado por un
lado y el público, desobediente, por otro. La enésima muestra de Velázquez o de
un impresionista congrega miles de visitantes, en contraste con las
semidesérticas salas de arte contemporáneo y sus instalaciones, solitarias
como ermitaños.
Borrell del Caso. Huyendo
de la crítica, 1874
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Naturalmente,
los callejones sin salida tienen una salida: por donde se ha entrado. Para
reflotar un arte encallado, confinado en un fortín elitista, se ha de iniciar
el camino de regreso. A la belleza, a la representación -como decía Matisse, no
existe arte abstracto o todo el arte lo es-, al trabajo bien hecho.
Sencillamente, el gusto no es infinitamente elástico. Frente al derrotismo
cognitivo que afirma que el arte no puede definirse, lo cierto es que todos
tenemos un conocimiento preteórico de lo que merece el calificativo de
artístico. Lo explica Dennis Dutton en su importante libro El instinto del arte: llamamos arte a aquello que reúne todas o
algunas de estas propiedades arracimadas: es fuente de placer, exige una
ejecución habilidosa, obedece a un estilo, es original y capaz de sorprender,
se deja comentar por un lenguaje crítico, provoca una emoción, representa o
imita experiencias, expresa una personalidad individual, presenta un desafío
intelectual, obtiene su identidad del diálogo con la tradición, ocurre en la
imaginación y -sobre todo- queda excluido de la vida cotidiana y por lo mismo
requiere una atención especial.
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Y yo añadiría un atributo más: el arte ilumina una parte de la realidad que
estaba en penumbra.