9 de març 2013

Elmyr de Hory. Andres Trapiello. La barraca de los falsos

Elmyr de Hory

Hemos podido ver, al fin, una exposición de Elmyr de Hory, el más célebre de los falsificadores de obras de arte. No ha sido fácil, nos dicen los organizadores, porque de ese pintor se conservan más falsificaciones que originales. Este de Hory, judío, apátrida, playero, fue toda una leyenda,  pregonada por la película que hizo sobre él Orson Wells y abrochada por su suicidio, la víspera de ser extraditado a su país de origen, donde lo reclamaba la justicia. Cuando yo vi la exposición, estaba abarrotada de gente, casi tanta como en las otras dos exposiciones celebradas al mismo tiempo, en las que se exponían muchos de los pintores que de Hory falsificó.

Elmyr de Hory
Presumía de Hory, al que las fotos delatan como un hombre vanidoso, de tener en museos de todo el mundo cientos de sus cuadros, atribuidos a Modigliani, Monet, Sisley, Pisarro, Picasso, Matisse y muchos otros. Era la ocasión de mirar detenidamente sus pinturas. ¿Son en verdad iguales que las de los maestros a los que tratan de imitar? Las pocas que tienen un tema original, algunos retratos de amigos suyos, son mediocres. Las que imitan el estilo de otros, resultan aún más penosas: si Picasso levantase la cabeza y viera los pulpos que de Hory quiere hacer pasar por manos, lo habría denunciado no por fraude, sino por calumnia. Bien. Si uno, que no es un experto, se da cuenta de esas pifias, no cree que no se dieran cuenta los conservadores, galeristas y directores de los museos. Es probable que haya alguna falsificación suya, pongamos por caso, en Barranquilla o en Astorga. Ahora, duda uno mucho que las encontremos en el Quai d’Orsay. Y bastaría para saber si son o no falsos no tanto con mirar las pinturas, sino la gente que rodea al autor en las fotos de época donde aparece, nigromantes y echadoras de cartas, playboys, cortesanas y petrolistas, en fin, el público al que suelen recurrir los directores de los museos serios cuando tratan de dilucidar autorías dudosas.

Elmyr de Hory
Y claro que los grandes pintores pueden pintar de vez en cuando un cuadro suyo fallido (que son los que plagiaba de Hory, especializado en eso, en falsificar todo aquello que los maestros habrían desechado de sí mismos), pero no se conoce ni una sola obra maestra de Hory, ni propia ni atribuida a otro, porque lo verdaderamente original no se puede plagiar; se plagia el estilo, el envoltorio, pero el sentimiento es el adn de una obra. La exposición de Elmyr de Hory es una de las más tristes que hayamos visto, y no sólo porque se siga abusando de la buena fe de los incautos. Lo peor es que con ella se trata de alimentar “el resentimiento de las masas” hacia lo original, sembrando la duda de que todo puede ser falso o, al revés, que no hay nada verdadero y genuino en este mundo. Ha salido uno de allí, sí, un poco irritado, pero no con el pintor, sino con uno mismo: al fin y al cabo nos hemos dejado arrastrar a una barraca de feria, en la que hemos visto un drama: el de alguien que no se contentó con empezar de cero, como aquellos a los que falsificó. Buscaba los aplausos, (¡y de qué publico!), no el arte, pero la posteridad también ha sido cruel con él: hoy sabemos que Van Gogh, a quien Hory trató de plagiar su muerte también, no se suicidó. ¿Qué le queda entonces? Una pobre barraca de feria y el elogio de las masas.

Font: Andres Trapiello. La barraca de los falsos. Magazine de La Vanguardia. 3 de marzo de 2013 

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