Kandinsky. Composició VII |
La evolución espiritual y estética de Vasili Kandinsky (1866-1944), el
hombre que hizo saltar por los aires el arte figurativo, está lejos de ser
lineal y homogénea. El abandono de la representación del mundo sensible es un
largo proceso que le tomó poco más de veinte años entre avances, retrocesos e
intentos fallidos. Prueba de ello son sus obras de madurez, en muchas de las
cuales aún conviven sin reñirse lo figurativo y lo abstracto.
Aunque la violencia que ejerce sobre la mirada sigue siendo la misma,
ya nadie se escandaliza ante una tela de Kandinsky. Pero esto no siempre fue
así. En la exposición de Odessa de 1910, conservadores críticos de arte y
exaltados nacionalistas lo acusaron de "opiómano". La reacción era
absolutamente comprensible. Al menos dos de sus obras, Composición II e Improvisación
10, ya eran un caos aparente de formas y una profusión salvaje de colores
que daban por tierra con los cánones de representación pictórica de aquel
entonces. Y lo que era aún peor: las imágenes no parecían remitirse a objeto
alguno.
Kandinsky. Composició VI |
Aunque comprensible, la calumnia era injustificada porque el juicioso
y erudito hombre que a los treinta años había dejado una brillante carrera
judicial por la pintura estaba muy lejos de ser un adicto al opio y sus
derivados. Lo más probable es que se tratara de un sinestésico (o sinesteta)
patológico crónico, mucho más agudo de lo que pudo haber sido Rimbaud, y de un
místico perdido, que pudiera haber hecho quedar en ridículo al más afiebrado
personaje de Dostoyevski.
Para Kandinsky, el color rojo poseía el sonido estridente del clarín y
las notas graves del piano eran amarillas. Pero la cosa no acababa allí, porque
los colores en sí mismos tenían una vida propia y autónoma. Como si se tratara
de geniecillos malignos escapados de los tubos de pintura, cada color era dueño
de "un poderoso intelecto" y personalidad propia que incluía
determinadas cualidades y un comportamiento particular, incluso en el ámbito
moral. Los geniecillos se combinaban por sí solos sobre la paleta revelando
toda su fuerza oculta en un prodigio de sensaciones. Y los pequeños milagros
sensoriales que producían no eran otra cosa que "puras experiencias
espirituales".
Kandinsky. Composició V |
En los años previos a la Primera Guerra Mundial, Kandinsky estaba
convencido de que la humanidad se hallaba ante el advenimiento de una nueva era
de profunda espiritualidad. Influenciado por la teosofía de Rudolf Steiner y en
menor medida por la metafísica de Schopenhauer, concebía el arte como una
suerte de ascesis sagrada al reino del espíritu. Si el arte era una puerta
directa, sin mediaciones, al alma humana, debía constituir entonces el utópico
lenguaje de la nueva era.
El nuevo lenguaje, para ser universal, debía eliminar la contingencia
del mundo material. Y sólo el "arte puro" era capaz de liberar el
espíritu cromático atrapado en los entes sensibles. Los geniecillos rebeldes
que dormían en los tubos de pintura serían puras manifestaciones de la
"voluntad" si lograban eludir con pericia el mundo de la
"representación", para utilizar conceptos caros a Schopenhauer. De
más está decir que al arte así entendido le incomodaban los objetos
reconocibles. Había nacido el arte abstracto.
Los románticos creyeron que la música era el lenguaje del alma. Así lo
creía también Kandinsky, pero la gama cromática fue su escala musical. "El
color es la tecla. El ojo el martillo. El alma es el piano con muchas cuerdas.
El artista es la mano, que por esta o aquella tecla hace vibrar adecuadamente
el alma humana".
Mucho se ha hablado de musicalización del arte en Kandinsky, pese a
que el artista afirmó en reiteradas oportunidades que no se proponía pintar
música. Es probable que el utópico lenguaje del futuro que intentaba desarrollar
no reconociera las fronteras entre las artes. Porque la utilización de la jerga
musical en sus abundantes escritos teóricos es constante. La categoría de
"composición", y de estilo "sinfónico" según su propia
definición, no sólo da título a toda la serie de sus obras más complejas y
logradas sino que marca la culminación de su búsqueda estética.
Al año siguiente de la frustrada exposición de Odessa, Kandinsky
publica un libro que será su obra teórica capital y la perfecta síntesis de su
credo estético, De lo espiritual en el arte. De allí proviene el
fragmento citado arriba. Ese mismo año el compositor vienés Arnold Schöenberg
saca a la luz su Tratado de armonía. Y este hecho no es azaroso. Músico
y pintor se hallaban unidos por una profunda amistad y mutua admiración que
puede colegirse en su numerosa correspondencia. Si el primero simbolizó una
suerte de revolución copernicana en la música contemporánea, el segundo lo hizo
en el arte moderno. Por medio de "la emancipación de la disonancia", Schöenberg
alteró de tal modo la estructura armónica tradicional que creó una música
atonal. De un modo similar, Kandinsky inventó el arte no figurativo
pulverizando la perspectiva y librando el color y la forma de la representación
objetiva. Sus logros son paralelos. Ambos dinamiteros no trabajaron de común
acuerdo pero sí, hoy lo sabemos, se influyeron mutuamente en un diálogo velado.
Kandinsky. Improvisació 7 |
Si nos atenemos a la mera cronología, Kandinsky fue el pionero en dar
el gran salto, pero no el único. La abstracción que cundió como un reguero de
pólvora en los primeros años tuvo varios epicentros. Las primeras experiencias
de Malévich y Mondrian en este terreno fueron casi coetáneas a las de
Kandinsky. Enfermos del alma, también, abandonaron la representación de la
realidad aparente por la plasmación de la experiencia interior despojada de
referencias sensibles. El camino que siguieron fue similar al de Kandinsky,
pero el resultado completamente diferente. La abstracción en Mondrian o
Malévich es fría, geométrica e idealizada. Un intento racional, si se quiere,
de ordenar el espíritu en formas simples y colores primarios.
Kandinsky, por el contrario, acoge sin reparos la sensual energía
interior en una explosión de lirismo. Su abstracción es vitalista. No desdeña
lo complejo ni lo simplifica ni ordena. El mundo interior se presenta sin más
en su caótica estructura emocional y sensitiva de líneas quebradas, formas
sinuosas y colores furiosos o apacibles en eterna lucha. Sin embargo, la
libérrima danza de elementos sobre la tela no responde al mero azar, sino al
principio de "necesidad interior". El caos que violenta la mirada se
revela, por lo tanto, sinónimo de un orden más elevado y puro que el del mundo
fenoménico.
Kandinsky nunca acabó de sistematizar, pese a sus intentos, una
"gramática pictórica" del utópico lenguaje universal que había
soñado. [...]
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