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Corot. The Bridge at Mantes |
[…] ¿Por qué nos gusta
Corot? No lo sé muy bien. Baudelaire escribió que los cuadros de Corot nos
asombran lentamente, pero cuando vi el primer cuadro de Corot yo no recuerdo
asombro, sino una extraña sensación de paz. Y también recuerdo, porque era muy
joven entonces, que me avergonzaba sentirme atraído por esa extraña sensación
de paz, porque lo que yo creía que necesitaba mi vida era turbulencia y
aventura y quizá incluso destrucción. O dicho de otro modo, mucho Jackson
Pollock y mucho De Kooning. Pero cada vez que veía un cuadro de Corot en algún
sitio (y vi algunos en la National Gallery cuando era muy joven), sentía que
algo me llamaba y me obligaba a asomarme, igual que le pasaba a la misteriosa
figura vestida de rojo que se detenía frente al agua en “Una inundación”.
Muchos años después leí que Van Gogh citaba en una de sus cartas a Théo una
frase de Corot que le gustaba mucho: “Hay cuadros en los que no hay nada, y sin
embargo todo está ahí”.
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Corot. The Church of Marissel |
Y ahora sé que eso mismo era
lo que me atraía en la pintura de Corot: que esos cuadros en los que no había
nada, de pronto, sin razón aparente, me hicieran creer que todo estaba ahí. Y en esa idea del todo no
sólo cabían la paz y el silencio y el misterio que son inherentes a Corot –eso
que Van Gogh llamaba “el estado de ánimo Corot”-, sino también la sigilosa
anunciación de que la vida podía y merecía vivirse al margen de la turbulencia
o incluso de la destrucción. Porque en los cuadros de Corot uno intuía que la
vida siempre podía encerrar una indestructible forma de armonía. Y yendo más
allá, uno sentía en esos cuadros que no hacía falta irse muy lejos para
encontrar un lugar en el que siempre nos gustaría vivir.
Al final de su vida, hacia
1870, cuando pintaba “Una inundación”, Corot se encontró en una tienda de paños
de París una tela que llevaba la etiqueta “gris Corot”. Podemos imaginar que
ese gris no era ni un gris musgo ni un gris ágata ni un gris perla –que son
tonos del gris que ahora aparecen en el catálogo Pantone-, sino un gris
distinto que podía ser luminoso y aéreo y plateado, todo a la vez, como esa luz
espectral que Corot sabía capturar en las ramas de los álamos junto a un
arroyo, en un momento del día que podría ser el amanecer o la puesta de sol, o
quizá ese otro momento imposible –como el gris Corot- en que la luz del
amanecer se fundía con la luz de la puesta de sol.
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Corot. A Flood. Probably 1870-75 |
Y si admiramos a Corot, y si
de alguna forma nos seduce alguien que pintó tantos cuadros –algunos de ellos
muy poco interesantes-, es porque ese gris Corot sigue ahí, misterioso e
indefinible, vibrando en las hojas de los sauces o espejeando en la superficie
de un estanque, mientras una muchacha se agacha a coger algo que nunca sabremos
qué es. […]
Font: Eduardo Jordá. Gris Corot. El misterio de un pintor
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