Leon Battista Alberti
fue de joven una especie de atleta: con los pies atados, podía saltar por
encima de un hombre; hacía estremecerse, al cabalgarlos, a los caballos más
fuertes; podía lanzar hacia arriba una moneda en el centro de la catedral de
Florencia y la moneda resonaba contra lo alto de la bóveda. Jacob Burckhardt
escribe de él: «En tres cosas quería parecer impecable: en el andar, en el
cabalgar y en el hablar». Era muy pobre, pero aprendió música sin ayuda y sus
composiciones fueron admiradas en su época. Finalmente, enfermó de tanto
estudiar. A los veinticuatro años, al notar que la edad había debilitado su
memoria, dejó el estudio del derecho canónico y se dedicó a aprender
matemáticas y todas las técnicas imaginables de los propios artistas y artesanos
(arquitectos, pintores, escultores, zapateros...) y a crear extrañas máquinas. […]
Creía que toda creación humana tenía algo de divino. Fue autor de numerosos
poemas, de novelas, de una autobiografía en tercera persona y de una oración
fúnebre por su perro. Según Vasari, fue el primero en adaptar la métrica latina
a la poesía en lengua vulgar. A los veinticinco años, escribió una obra de
teatro en latín que pasó entre los expertos por un original de la Antigüedad.
Fue el autor de la primera gramática italiana y de un tratado sobre
criptografía llamado De componendis
cifris, que incluía los famosos «discos de Alberti» y que constituye el
primer ejemplo de cifrado polialfabético.
Su tratado sobre pintura, Della pittura, contiene la primera
descripción científica de la perspectiva e influyó profundamente en Andrea
Mantegna, Piero della Francesca y Jacopo Bellini. Afirmaba que «todas las fases
del aprendizaje deben derivarse del estudio de la naturaleza». Estaba obsesionado
con los mapas y con las formas de trazar mapas. […] Cuando veía «árboles
magníficos», o un trigal maduro, o un soberbio caballo, los ojos se le
arrasaban de lágrimas. Sentía veneración por «los ancianos hermosos», a los que
consideraba una «delicia de la naturaleza», y por los animales. Se decía que a
menudo, estando enfermo, la vista de un «lugar de belleza» bastó para curarlo.
También que tenía el don de la profecía y que podía ver en el alma de las
personas. «Se sobreentiende -dice Burckhardt- que toda su personalidad estaba
poseída y sostenida por una fuerza de voluntad intensísima». Ha sido señalado
como autor de la novela Hypnerotomachia
Poliphili (El sueño de Polífilo), habitualmente atribuida a Francesco
Colonna, o de sus exquisitas xilografías.
En el reverso de una medalla con su
efigie, se ve un ojo alado del que salen relámpagos y, debajo, una misteriosa
inscripción: «QVID TUM», es decir, «¿Y qué?», o «¿Y qué importa?» Es posible
que se trate de una alusión ciceroniana (es la expresión que usa éste para
crear suspense y avanzar en una argumentación), pero también es probable que se
trate de una cita de Virgilio, de la décima égloga: «quid tum, si fuscus
Amyntas? / et nigra uiolae sunt et uaccinia nigra», es decir: «¿Y qué importa
si Amyntas es moreno? / También son negras las violetas y negros son los
arándanos», algo que podría ser una muestra de su actitud desafiante o
indiferente ante su condición de hijo ilegítimo. Esas dos palabras, por cierto,
también constituyen otra cita virgiliana: en el canto IV de laEneida, Dido, a
punto de ser abandonada por Eneas, grita desgarradoramente «quid tum?», es
decir, en ese contexto: «¿Y qué voy a hacer yo ahora?» […]
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