'Adele Bloch-Bauer I' (1907), de Gustav Klimt
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[...] Alex
Ross dice agudamente de Ravel que supo revolucionar las profundidades de la
música sin agitar la superficie. Hay algo de eso en los cuadros que Klimt pintaba
en Viena más o menos al mismo tiempo que Picasso en París. Las reproducciones
los han perjudicado, al contaminarlos de una familiaridad engañosa, que además
simplifica su complejidad y suaviza sus aristas. Una lámina de El
beso o del Retrato de Adele Bloch-Bauer tendrá
siempre una lisura decorativa que no existe en la realidad. Es al verlos de
cerca cuando se descubre toda su novedad contenida, todo lo que hay en ellos de recapitulación y de
ruptura. Picasso levanta una marejada: Klimt revuelve las aguas profundas.
Picasso escapa de la tradición gracias al exotismo de las máscaras, como
Gauguin había escapado viajando a la Polinesia. Klimt se remonta a un periodo
del arte no menos apartado de las referencias habituales, los muros dorados de
los mosaicos bizantinos de Rávena. La figura de esa dama de la alta sociedad
judía de Viena que tal vez fue su amante emerge de un resplandor liso de oro. Y
el vestido, cuando se mira de cerca, es un mosaico alucinante de signos que
parecen jeroglíficos egipcios y también células humanas vistas al microscopio y
símbolos primitivos de fertilidad. Nada es en principio más convencional en la
pintura que el retrato de una mujer rica. Klimt cumple el encargo y a la vez le
da la vuelta, mostrando al mismo tiempo el rango social y la belleza y las
ansiedades y los deseos que están latiendo por dentro, que se revelan en unos
labios entreabiertos, en una mirada demasiado fija, en unas manos delgadas que
se retuercen como a punto de quebrarse.
Gustav Klimt. El beso |
París es la capital obvia de la modernidad en esos años,
pero en Viena estaban sucediendo cosas tal vez de mucho más calado, en las
artes y en las ciencias, en los puntos de cruce entre unas y otras. En Viena,
en la segunda mitad del siglo XIX, la medicina avanzó más que en ninguna otra
parte para convertirse en una disciplina científica. Y es probable que en
ninguna otra ciudad de Europa estuvieran tan mezclados científicos, escritores,
músicos y artistas. La historia es conocida, y nos atrae más porque sabemos que
su esplendor acabará en desastre. Por la Viena de Klimt, de Kokoschka, de
Mahler, de Schnitzler, de Adolf Loos, de Freud, deambulaba el joven Hitler
resentido y hambriento, privándose de comer para asistir a los montajes
revolucionarios de las óperas de Wagner que dirigía Mahler. […]
Las mujeres de Picasso están vistas desde fuera. Tienden
a ser modelos en el taller, o prostitutas, o estatuas ensimismadas, o
caricaturas. Existen como proyecciones de la mirada del pintor. Las de Klimt
habitan en un recinto de intimidad soberana, solas o en parejas, abrazadas a un
hombre o a otra mujer, dueñas de su deseo, carnales y enjutas, olvidadas del
pintor que las está dibujando o respondiendo a su mirada con otra mirada no
menos directa. […]
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