Susana y los viejos. A. Gentileschi |
Artemisia
Gentileschi, primogénita del maestro toscano de la pintura barroca Orazio
Gentileschi, nació en Roma el 8 de julio de 1593. Tiempo de contrarreforma y de
peste, de mecenas cultivados, de venenos papales y de dagas. Difícil ser
pintora en una época como aquella. Pero Artemisia era una romana libre. Pasó
una infancia feliz, siempre en los aledaños de la plaza de Spagna, hasta que en
1605, su madre, Prudenzia Montoni, murió en su séptimo parto a los 30 años.
Artemisia tenía 12. En vez de ser virgen, esposa, religiosa o prostituta (los
cuatro roles atribuidos a las mujeres de entonces), decidió ser artista. Como
su padre. Como aquel genio salvaje llamado Caravaggio, cuya pintura, según
dicen sus biógrafos, le volvía loca.
[…]
El año de la muerte de Caravaggio (1610), Artemisia, que entonces contaba 17
años, firmó su primer cuadro. Se titula Susana y los viejos, y su mirada
delicada, colorista y rebelde a la vez, asoma ya en esa escena viva, inmensa,
en la que dos ancianos de mirada torva intentan seducir a una muchacha. Meses
después, Artemisia fue violada por Agostino Tassi, un pintor que ayudaba a
Orazio a decorar la casa del cardenal Scipione Borghese. Tassi se comprometió a
casarse con la joven y a vivir con ella nueve meses. Pero Orazio le denunció
ante el papa Pablo V. Toda Roma se enteró de la deshonra, pero a Artemisa no le
importó. Se sometió a un proceso público que duró varios meses.
Tras
ser condenado a cinco años de exilio y galeras pontificias su agresor -penas
que nunca cumplió-, Artemisia se casa con el florentino Pierantonio Stiattesi,
hijo de un zapatero, y se marcha a Florencia. En la corte del gran duque de
Toscana, Cosme de Médicis, vivía Galileo Galilei: bajo su influjo y amistad, la
pintora se inscribe en la legendaria Academia del Dibujo. Tiene 23 años, y es
la primera mujer de la historia que entra en ese Olimpo. En 1617, Artemisia es
madre de tres hijos, pinta asiduamente para los Médicis y tiene un amante noble
e intelectual, Francesco Maria Maringhi. Pero el marido se endeuda hasta las
cejas y la pareja huye a Prato.
Desde
allí, vuelta a Roma, donde Artemisia vive entre 1620 y 1626 en una casa cercana
a la plaza del Popolo que un visitante describe como “digna de un
gentilhombre”. Dos de sus tres hijos han muerto, y en 1622 el marido es acusado
de haber herido en la cara a un español que cantaba una serenata bajo el balcón
de la artista. Pronto se separarán. Ella se irá a Venecia y vivirá tres años de
éxito entre los canales libertinos, antes de marcharse a Nápoles para ponerse
al servicio de otro admirador de su pintura, el virrey español Fernando
Enríquez Afán de Ribera, duque de Alcalá.
Cleopatra. A. Gentileschi |
En
el centro de Nápoles abre un taller en el que trabajan una docena de ayudantes
y aprendices. Se hace amiga de Onofrio Palumbo, gran artista partenopeo, y
durante 20 años forma a los mejores pintores del futuro, Cavallino, Spardaro,
Guarino... Su fama cruzó fronteras, y el rey Carlos I de Inglaterra ordenó
contratarla. Pasó dos años en Londres, donde su padre era considerado el mayor
maestro de su tiempo, hasta su muerte en 1639. Las crónicas dicen que el
funeral de Orazio en Londres estuvo a la altura de los de Rafael y Miguel
Ángel.
Mientras
sus coetáneos pintaban iglesias y capillas, Artemisia trabajó sobre todo para
coleccionistas privados: el duque de Módena, los Médicis, los D’Este y el conde
de Amberes, banqueros, nobles y príncipes europeos. Sus numerosas cartas y
facturas atestiguan que fue una de las firmas más cotizadas de su tiempo. Los
aristócratas se rifaban sus cuadros, casi todos de figuras femeninas, muchas
veces desnudas y siempre llenas de fuerza. Algunas son de un erotismo
dulcísimo. Otras son intensas, impetuosas y dramáticas. No hay una sola escena
casera. Hay músicas, pensadoras, y muchos homenajes a mujeres bravas:
Cleopatra, Diana, la Galatea, María Magdalena, Judith, Dalila, Betsabé…
En
1649 andaba terminando su maravilloso autorretrato: parece una mujer de ahora
mismo, con los labios pintados y el pelo corto. Según su biógrafa Alexandra
Lapierre, “Artemisia rompió todas las leyes sociales y solo perteneció a su
tiempo. A la conquista de su gloria y su libertad, con su talento y su fuerza
creadora se convirtió en una de las pintoras más celebres de su época y en una
de las más grandes artistas de todos los tiempos”.
Font:
El País. Miguel Mora. Al principio estuvo Artemisia
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