[…] Cuando pensamos
en edificios de la Antigüedad solemos imaginar grandes sillares, ciclópeas
columnas de mármol, colosales pilares graníticos y, en general, piedra a
tutiplén. Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de las construcciones
romanas se levantaban con ladrillo y con hormigón en masa. Esto es, similar al
hormigón que conocen ustedes pero sin el armado interior de acero que le
permite resistir a tracción.
Se levantó en el
siglo II bajo el mandato de Adriano -posiblemente con el diseño de Apolodoro
de Damasco- sobre los restos de un anterior templo construido 100 años
antes por Marco Vipsanio Agripa, al que el propio emperador decidió
conceder el crédito del edificio en la inscripción del pórtico: M·AGRIPPA·L·F·COS·TERTIVM·FECIT
(Hecho por Marco Agrippa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez).
Es muy probable que
el diseño de Agripa fuese muy distinto al que vemos ahora; lo que es seguro es
que su construcción, de bloques de travertino y mármol, no fue igual de sólida.
Por eso, Apolodoro decidió emplear un sistema más fiable y que ya era de uso
común en su época.
Como vemos en los
planos, el Panteón consta de una columnata de acceso -la pronaos-, un
cuerpo intermedio de conexión y una gran nave circular. Como en otras
edificaciones de la época (las Termas de Caracalla o la propia Villa Adriana),
la nave se cubre con una cúpula semiesférica sobre un tambor cilíndrico. Lo que
distingue al Panteón de estas construcciones coetáneas es que se trata del
primer templo con dicha forma.
Y las dimensiones,
claro. La rotonda tiene un diámetro de 43 metros y la altura libre del espacio
es de otros 43 metros. Empleando el Sistema de Mediciones Internacional: cabe
medio campo de fútbol en el suelo y otro medio campo de fútbol puesto de pie.
¿Y cómo es posible
que un edificio de tan formidable tamaño haya sobrevivido casi 20 siglos sin
apenas deterioro? Pues esencialmente por el material y el sistema constructivo.
El hormigón, al ser
un material líquido, cuando fragua, convierte cualquier construcción en
monolítica. Aunque lógicamente se fue vertiendo por tongadas, hace que el
Panteón sea un edificio básicamente de una sola pieza. No hay juntas que puedan
abrirse ni fragmentos que puedan desprenderse de la estructura; todo es uno.
Esto convierte al Panteón en la edificación de hormigón en masa más grande del
mundo.
Pero además, el
edificio emplea un sistema muy eficaz para aligerar el peso. De entrada, la
grava que se usa en el hormigón de la cúpula ya no es de travertino, como en
los cimientos, sino de cascote volcánico, mucho más ligera. De igual manera,
aparece toda una serie de elementos que contribuyen a disminuir y a reconducir
los esfuerzos; desde los propios arcos de descarga, construidos de ladrillo y
embebidos en el muro del tambor, hasta los propios huecos y nichos de la pared.
E incluso los
casetones, esos vaciados cuadrados que vemos en el intradós de la bóveda y que
creemos decorativos, en realidad tienen una función principalmente estructural:
reducir la sección de la pared. Una sección que va menguando su espesor por sí
misma a medida que asciende, desde los cinco metros de la base hasta apenas un
metro en la cúspide, alrededor del hueco circular de nueve metros de diámetro
que, sin cerrar, cierra el edificio.
El óculo. El que
dijo Brunelleschi no entender por qué no se caía. Lo que no sabía el
arquitecto renacentista es que precisamente es la existencia de ese hueco, que
deja pasar la luz y la lluvia, la que evita el colapso del edificio. Si
estuviese tapado, la cubierta entraría en tracción en la cúspide y el hormigón
no está preparado para resistir ese tipo de esfuerzo. […]
Font: Pedro
Torrijos. Jot Down
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