[...] 1503. Leonardo
empieza a pintar al óleo, sobre una pequeña tablilla de álamo blanco, el
retrato de una joven, en posición de contrapposto: cuerpo girado y rostro de
frente. No hace dibujo previo y deja muy pocos pentimenti (correcciones).
Emplea el sfumato: "usando pinceles de seda de primera calidad para
eliminar cualquier huella de pinceladas, aplica capas sucesivas y muy finas de
pintura, y veladuras tan delicadas que resultan casi evanescentes"
(Scotti). "Acumula capas de pintura de oscuridad decreciente, para que la
inferior se transparente, consiguiendo así, mediante la alternancia de luces y
sombras, una ilusión de relieve" (Sassoon). La joven está despojada de
adornos, nada indica su rango o riqueza. Viste una guarnella, el tul
transparente de las mujeres embarazadas en el Renacimiento. "Leonardo
tarda años en acabar la pintura, tantos como Miguel Ángel el fresco de la Capilla
Sixtina. Por cada metro cuadrado que pinta Miguel Ángel, Leonardo cubre un par
de centímetros" (Scotti). Treinta años después, Vasari habla del cuadro
como Monna Lisa (la n se perderá). Pronto circula un relato, no verificado, que
la identifica con Lisa del Giocondo, esposa de un mercader.
Tras la muerte de Leonardo, el rey Francisco I
adquiere la pintura y la ubica en el Appartement des Bains, en Fontainebleau.
Después, pasa al Cabinet des Tableaux. Ya en el siglo XVII, se le aplica una
gruesa capa de barniz de efectos irreversibles: la superficie se agrieta en
forma de retícula (craquelure). Durante décadas pasa inadvertida, hasta que
Luis XIV la traslada a Versalles, al dormitorio real, hasta su muerte. Y vuelta
al olvido.
Cuando el Louvre se abre en 1793 como museo, Mona
Lisa aparece junto a otras obras italianas de las colecciones reales. Cuando
Napoleón, ya emperador, se casa en el Salón Carré con María Luisa de Austria,
se la lleva al palacio de las Tullerías, al dormitorio, como adivinan. Y tras
la derrota de Waterloo, en 1815, la pintura vuelve al Louvre. Ya no saldrá
hasta agosto de 1911. [...]
20 de agosto, 1911. Domingo caluroso en París. La Gioconda está en el Salón
Carré, vigilada por un viejo guarda que apenas presta atención a los escasos
visitantes: un turista alemán y tres jóvenes italianos. La Gioconda, protegida
desde hace poco por una caja de cristal muy polémica, está entre un Correggio y
un Tiziano. El día después, el Louvre cierra sus puertas por descanso semanal.
22 de agosto, 1911. Martes. Por la mañana, Louis Béroud, uno de los pintores
aficionados que hace copias de los maestros antiguos del Louvre, entra en el
Salón Carré y descubre que el lugar de la pintura está vacío: solo cuatro
ganchos de hierro y la marca de una silueta rectangular. Avisa a los
encargados. Georges Bénédite, director en funciones, va al Palacio de Justicia
para informar a la policía.
A la una en punto, el prefecto del Sena, Louis
Lépine, entra en el museo con un ejército de gendarmes y clausura los ocho
accesos: nadie puede entrar ni salir. Se cierran las fronteras de Francia. La
noticia se hace pública y provoca un terremoto de consternación planetaria.
"El mundo entero contiene la respiración", dice The New York Times.
La Gioconda ha desaparecido. Empieza la caza. Se pide paciencia: el Louvre es
el mayor museo del mundo, veinte hectáreas que triplican el Vaticano.
29 de agosto, 1911. Martes.
El Louvre vuelve a abrir. Miles de ciudadanos esperan a la entrada. La cola
recorre varias manzanas. Nunca ha sido necesario esperar para entrar. En el
interior, corren hacia el hueco en la pared del Salón Carré. El éxito de la
prensa popular da al caso dimensión internacional. Hasta 1857 no se había
realizado el primer grabado exacto de la pintura de Leonardo. Mona Lisa era
sólo un cuadro más del Louvre: su valor estimado es más bajo que el de otras
obras de Rafael, Murillo, Correggio, Tiziano o Veronese. Desde mitad del siglo
XIX es admirada por una reducida élite cultural.
7 de septiembre, 1911. La policía arresta al poeta Apollinaire y lo traslada
esposado hasta el juez Drioux, que ordena encerrarlo en la cárcel de La Santé
una semana. La policía detiene también a Picasso para interrogarlo. Habían
participado en el robo de dos estatuillas ibéricas del Louvre, pero no puede
confirmarse su participación en el caso de la Mona Lisa. Salen en libertad.
1912 / 1913. Pasan las
semanas. Los meses. Ni rastro. La Mona Lisa ha desaparecido. El catálogo del
museo de enero de 1913 ya la excluye de la lista. El hueco del Salón Carré lo
ocupa una pintura de Rafael. El ministro francés de Bellas Artes confiesa:
"No hay fundamento que permita albergar la esperanza de que Mona Lisa
regrese a su lugar en el Louvre". Se cierra oficialmente la investigación.
Sin noticias de la Gioconda.
11 de diciembre, 1913. Alfredo Geri, un marchante de arte de Florencia recibe una
carta firmada por un enigmático Leonardo: le confiesa que tiene la obra robada.
Geri contesta por carta y pide ver la obra. El 10 de diciembre, Leonardo se
presenta en la galería de Geri. Quedan para el día siguiente. Geri llega con
Giovanni Poggi, director de los Uffizi, y se dirigen los tres a un albergo. El
ladrón pone sus condiciones: mil quinientas liras. Llegan al hotel. Suben a la
habitación. Sin palabras, Leonardo saca una maleta de debajo de la cama. La
abre. Vacía su contenido. Levanta una tapa del falso fondo. Saca un paquete
envuelto en seda roja. Aparece la Gioconda. Poggi no tiene dudas: es ella. Pide
comprobarlo detenidamente, en el museo. Leonardo acepta. Geri y Poggi se llevan
el cuadro y avisan a los carabineros. Vincenzo Peruggia, de 32, años es
detenido. Inmediatamente, el rey Víctor Manuel, el papa Pío X y el embajador
francés reciben la noticia por teléfono. El parlamento italiano interrumpe sus
sesiones cuando alguien grita que han encontrado la Mona Lisa. En 24 horas, el
mundo conoce la noticia. La pintura reaparece a unas manzanas de la casa donde
Leonardo comenzó a pintarla El ladrón había trabajado como cristalero en el
Louvre y participado en la colocación del polémico marco de cristal.
14 de diciembre, 1913. Mona Lisa se presenta en los Uffizi, custodiada por una
guardia de honor internacional. Recibe a los visitantes que se agolpan a la
puerta: más de treinta mil. Cinco días después, empieza su viaje: el 20 de
diciembre llega a Roma, cinco días en la Galería Borghese. Las multitudes
vuelven a aclamarla. Luego, Milán, dos días en la pinacoteca de Brera, abierta
hasta medianoche para acoger a una multitud que supera las sesenta mil
personas.
31 de diciembre, 1913. El día de San Silvestre, en un vagón privado del expreso
Milán-París, la Gioconda emprende el viaje triunfal de regreso a Francia. Cruza
la frontera a las tres en punto de la madrugada de Año Nuevo y llega a la Gare
de Lyon, en París, a las dos y media de la tarde. El 4 de enero de 1914 recorre
las calles parisinas en una procesión de gala hasta el Louvre: más de cien mil
personas harán cola para verla. Mona Lisa salió escondida del Louvre como una
simple obra de arte y vuelve convertida en un icono de masas. Hasta el 21 de
agosto de 1911, pertenecía al restringido ámbito del arte culto. A partir de
ese día, se convierte en un elemento esencial de la cultura de consumo. En
enero de 1914, la Gioconda ya es el primer icono global de la incipiente
cultura de masas. [...]
Font: La Vanguardia. Mona Lisa. Xavier Antich.