30 de des. 2013

El robo de la Mona Lisa. Xavier Antich

[...] 1503. Leonardo empieza a pintar al óleo, sobre una pequeña tablilla de álamo blanco, el retrato de una joven, en posición de contrapposto: cuerpo girado y rostro de frente. No hace dibujo previo y deja muy pocos pentimenti (correcciones). Emplea el sfumato: "usando pinceles de seda de primera calidad para eliminar cualquier huella de pinceladas, aplica capas sucesivas y muy finas de pintura, y veladuras tan delicadas que resultan casi evanescentes" (Scotti). "Acumula capas de pintura de oscuridad decreciente, para que la inferior se transparente, consiguiendo así, mediante la alternancia de luces y sombras, una ilusión de relieve" (Sassoon). La joven está despojada de adornos, nada indica su rango o riqueza. Viste una guarnella, el tul transparente de las mujeres embarazadas en el Renacimiento. "Leonardo tarda años en acabar la pintura, tantos como Miguel Ángel el fresco de la Capilla Sixtina. Por cada metro cuadrado que pinta Miguel Ángel, Leonardo cubre un par de centímetros" (Scotti). Treinta años después, Vasari habla del cuadro como Monna Lisa (la n se perderá). Pronto circula un relato, no verificado, que la identifica con Lisa del Giocondo, esposa de un mercader.

Tras la muerte de Leonardo, el rey Francisco I adquiere la pintura y la ubica en el Appartement des Bains, en Fontainebleau. Después, pasa al Cabinet des Tableaux. Ya en el siglo XVII, se le aplica una gruesa capa de barniz de efectos irreversibles: la superficie se agrieta en forma de retícula (craquelure). Durante décadas pasa inadvertida, hasta que Luis XIV la traslada a Versalles, al dormitorio real, hasta su muerte. Y vuelta al olvido.

Cuando el Louvre se abre en 1793 como museo, Mona Lisa aparece junto a otras obras italianas de las colecciones reales. Cuando Napoleón, ya emperador, se casa en el Salón Carré con María Luisa de Austria, se la lleva al palacio de las Tullerías, al dormitorio, como adivinan. Y tras la derrota de Waterloo, en 1815, la pintura vuelve al Louvre. Ya no saldrá hasta agosto de 1911. [...]

20 de agosto, 1911. Domingo caluroso en París. La Gioconda está en el Salón Carré, vigilada por un viejo guarda que apenas presta atención a los escasos visitantes: un turista alemán y tres jóvenes italianos. La Gioconda, protegida desde hace poco por una caja de cristal muy polémica, está entre un Correggio y un Tiziano. El día después, el Louvre cierra sus puertas por descanso semanal.

22 de agosto, 1911. Martes. Por la mañana, Louis Béroud, uno de los pintores aficionados que hace copias de los maestros antiguos del Louvre, entra en el Salón Carré y descubre que el lugar de la pintura está vacío: solo cuatro ganchos de hierro y la marca de una silueta rectangular. Avisa a los encargados. Georges Bénédite, director en funciones, va al Palacio de Justicia para informar a la policía.

A la una en punto, el prefecto del Sena, Louis Lépine, entra en el museo con un ejército de gendarmes y clausura los ocho accesos: nadie puede entrar ni salir. Se cierran las fronteras de Francia. La noticia se hace pública y provoca un terremoto de consternación planetaria. "El mundo entero contiene la respiración", dice The New York Times. La Gioconda ha desaparecido. Empieza la caza. Se pide paciencia: el Louvre es el mayor museo del mundo, veinte hectáreas que triplican el Vaticano.

29 de agosto, 1911. Martes. El Louvre vuelve a abrir. Miles de ciudadanos esperan a la entrada. La cola recorre varias manzanas. Nunca ha sido necesario esperar para entrar. En el interior, corren hacia el hueco en la pared del Salón Carré. El éxito de la prensa popular da al caso dimensión internacional. Hasta 1857 no se había realizado el primer grabado exacto de la pintura de Leonardo. Mona Lisa era sólo un cuadro más del Louvre: su valor estimado es más bajo que el de otras obras de Rafael, Murillo, Correggio, Tiziano o Veronese. Desde mitad del siglo XIX es admirada por una reducida élite cultural.

7 de septiembre, 1911. La policía arresta al poeta Apollinaire y lo traslada esposado hasta el juez Drioux, que ordena encerrarlo en la cárcel de La Santé una semana. La policía detiene también a Picasso para interrogarlo. Habían participado en el robo de dos estatuillas ibéricas del Louvre, pero no puede confirmarse su participación en el caso de la Mona Lisa. Salen en libertad.

1912 / 1913. Pasan las semanas. Los meses. Ni rastro. La Mona Lisa ha desaparecido. El catálogo del museo de enero de 1913 ya la excluye de la lista. El hueco del Salón Carré lo ocupa una pintura de Rafael. El ministro francés de Bellas Artes confiesa: "No hay fundamento que permita albergar la esperanza de que Mona Lisa regrese a su lugar en el Louvre". Se cierra oficialmente la investigación. Sin noticias de la Gioconda.


11 de diciembre, 1913. Alfredo Geri, un marchante de arte de Florencia recibe una carta firmada por un enigmático Leonardo: le confiesa que tiene la obra robada. Geri contesta por carta y pide ver la obra. El 10 de diciembre, Leonardo se presenta en la galería de Geri. Quedan para el día siguiente. Geri llega con Giovanni Poggi, director de los Uffizi, y se dirigen los tres a un albergo. El ladrón pone sus condiciones: mil quinientas liras. Llegan al hotel. Suben a la habitación. Sin palabras, Leonardo saca una maleta de debajo de la cama. La abre. Vacía su contenido. Levanta una tapa del falso fondo. Saca un paquete envuelto en seda roja. Aparece la Gioconda. Poggi no tiene dudas: es ella. Pide comprobarlo detenidamente, en el museo. Leonardo acepta. Geri y Poggi se llevan el cuadro y avisan a los carabineros. Vincenzo Peruggia, de 32, años es detenido. Inmediatamente, el rey Víctor Manuel, el papa Pío X y el embajador francés reciben la noticia por teléfono. El parlamento italiano interrumpe sus sesiones cuando alguien grita que han encontrado la Mona Lisa. En 24 horas, el mundo conoce la noticia. La pintura reaparece a unas manzanas de la casa donde Leonardo comenzó a pintarla El ladrón había trabajado como cristalero en el Louvre y participado en la colocación del polémico marco de cristal.

14 de diciembre, 1913. Mona Lisa se presenta en los Uffizi, custodiada por una guardia de honor internacional. Recibe a los visitantes que se agolpan a la puerta: más de treinta mil. Cinco días después, empieza su viaje: el 20 de diciembre llega a Roma, cinco días en la Galería Borghese. Las multitudes vuelven a aclamarla. Luego, Milán, dos días en la pinacoteca de Brera, abierta hasta medianoche para acoger a una multitud que supera las sesenta mil personas.

31 de diciembre, 1913. El día de San Silvestre, en un vagón privado del expreso Milán-París, la Gioconda emprende el viaje triunfal de regreso a Francia. Cruza la frontera a las tres en punto de la madrugada de Año Nuevo y llega a la Gare de Lyon, en París, a las dos y media de la tarde. El 4 de enero de 1914 recorre las calles parisinas en una procesión de gala hasta el Louvre: más de cien mil personas harán cola para verla. Mona Lisa salió escondida del Louvre como una simple obra de arte y vuelve convertida en un icono de masas. Hasta el 21 de agosto de 1911, pertenecía al restringido ámbito del arte culto. A partir de ese día, se convierte en un elemento esencial de la cultura de consumo. En enero de 1914, la Gioconda ya es el primer icono global de la incipiente cultura de masas. [...]

Font: La Vanguardia. Mona Lisa. Xavier Antich.

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