J. Torres-García. Ice
cream
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J. Torres-García. New
York Docks
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Viajando en un buque de vapor de Montevideo a Barcelona a los 16 o 17
años, Torres-García completaba un camino de aprendizaje que no era el de los
estudios académicos, sino el de la historia entera de las representaciones
visuales. En Montevideo no había visto cuadros, ni revistas, ni casi nada que
fuera contemporáneo, a excepción de los barcos y las grúas del puerto. En
Barcelona, en Mataró, lo trastornó el espectáculo de la ciudad moderna y de la
agitación industrial y artesana. En los talleres de Mataró donde se cardaba la
lana le impresionaron grandes balanzas que no dejaron nunca de aparecer como
jeroglíficos, como una taquigrafía del recuerdo, en sus pinturas y dibujos
de la madurez. Tenía una memoria visual infalible. Esas parrillas o trébedes
que también están en sus cuadros son las que servían para asar la carne en las
cocinas de su infancia.
J. Torres-García. Composition 2 |
Torres-García llegó a Barcelona y descubrió de golpe una cultura y una
ciudad muy tupidas que eran el reverso de los grandes espacios en blanco de su
vida en Uruguay. Todo lo aprendía desordenadamente y de golpe. Descubría la
pintura, aunque fuera la aparatosa pintura histórica de la época; descubría la
literatura y la filosofía, y sobre todo la música, las sinfonías de Beethoven
que se tocaban por primera vez en Barcelona, la música de piano en las casas
burguesas donde iba a dar clase de dibujo a los niños, la obertura de
Tannhäuser, que estremeció tanto su oído ávido que tuvo la sensación de que por
primera vez estaba escuchando de verdad la música.
J. Torres-García.
Urban Landscape, Barcelona
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