Retrat de Borromini jove |
[...] Cuando regresó de Viterbo, se encontró con que las obras de San Carlo alle Quattro Fontane le habían ganado reputación como arquitecto de gran destreza en el diseño y economía en el gasto. El procurador de San Carlino observaba maravillado cómo era el propio arquitecto quien dirigía la paleta al albañil, la sierra al carpintero y el cincel al maestro escultor. Los monjes trinitarios recibieron peticiones de los planos del templo por parte de estudiosos alemanes, flamencos, franceses, españoles e incluso indios. Hubo quien aseguró que el embajador español pretendía extender el inconfundible estilo de Borromini por los edificios de la fe católica que invadían las colonias sudamericanas. El último gran trabajo de Borromini fue, en realidad, la conclusión del primero: entre 1660 y 1665 se levantó por fin la fachada de San Carlo alle Quattro Fontana. Con la estatua de su venerado Carlo Borromeo quiso el arquitecto coronar ese templo. Tan agradecidos estaban los religiosos españoles que decidieron obsequiar a su benefactor con un marco para su descanso eterno a la altura de su maestría. Los trinitarios trasladaron la tumba de uno de sus beatos que reposaba en la cripta para que la iglesia inferior de San Carlino pudiese albergar la capilla que debía acoger los restos de su arquitecto.
[...] El templo que mayor reputación le había ganado no le serviría de tumba. El suicidio impidió que el arquitecto fuese enterrado en la capilla que los trinitarios españoles habían dispuesto para él”.
Font: Anatxu Zabalbeascoa y Javier Rodríguez Marcos. “Francesco Borromini. Por el camino de la amargura”. En Vidas Construidas: Biografías De Arquitectos. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2002. Páginas 69-70.
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ResponEliminaGràcies Владимир pels teus ànims i per seguir-nos des de tan lluny. Salutacions.
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