[…] El principal tema de Caravaggio era la miseria, la violencia y la energía de la vida callejera romana. Las escenas bíblicas que pintaba para clérigos acaudalados estaban pobladas por prostitutas, chulos, criminales, mendigos, oficinistas, soldados y obreros corrientes, con ropas deslucidas y hechas jirones, los pies descalzos y sucios y las uñas mugrientas. Sus encargos casi siempre se exponían al rechazo cuando los sacerdotes que aceptaban la entrega reconocían a una prostituta local en los rasgos refinados y delicados de sus virginales santos y vírgenes. Las horripilantes decapitaciones, degollaciones y torturas que retrataba con una inmediatez sin paralelo reflejan la dura justicia que podía verse todos los días en las ejecuciones y reyertas públicas.
Su mundo era peligroso y sangriento. Michelangelo Merisi da Caravaggio, nacido una semana antes de la batalla de Lepanto en 1571, cuando los invasores turcos fueron expulsados de la cristiandad con tremendas matanzas, acababa de cumplir los seis años cuando la plaga bubónica mató a prácticamente todos los hombres de su familia, incluido su padre. Fue un niño conflictivo, agresivo y susceptible. De joven, recorría las calles en busca de camorra con una banda de pintores y espadachines que se guiaban por el lema nec spe, nec metu, “sin esperanza, sin miedo”.
[…] De su vida privada no se sabe casi nada, aunque gran parte de ella estaba representada en las primeras obras que retrataban a niños rechonchos, bellos y provocadores ennoblecidos como ángeles o laudistas, como Baco, Cupido o Juan Bautista. Muy jóvenes, todos más o menos desnudos, sentados en camas arrugadas o medio tapados con sábanas, ofrecen fruta, vino y, claramente, sexo. Las suculentas cestas de fruta se caracterizan por las macas, los agujeros de gusano y las hojas marchitas.
[…] El único ayudante de taller de Caravaggio que se conoce era Cecco, un chaval de 12 años que probablemente compartía su cama. Se puede ver al mismo niño progresando en el tiempo sobre el lienzo, desde un chico, seductor y sonriente, al sombrío y juvenil David que lleva colgada del brazo la siniestra cabeza degollada de Goliat, maltrecha y ensangrentada. Esta repugnante cabeza es sin lugar a dudas un autorretrato, pintado durante una de las huidas que llevó a Caravaggio -perseguido por enemigos, atormentado por la pena y el horror- desde Roma, donde había sido condenado a muerte por asesinato en 1606, a Nápoles, Malta, Sicilia y de vuelta a Nápoles, para poner rumbo una vez más a Roma.
[…] Las obras de sus últimos años, majestuosas, descarnadas y emotivas, fueron creadas, a menudo con prisas, en apeaderos durante estos viajes desesperados, que concluyeron en 1610 con la muerte repentina, solitaria, y casi con certeza accidental de Caravaggio, en Porto Ercole, a poca distancia de Roma. La culpa y el dolor se ven exacerbados en estos cuadros por la compasión, la humanidad y, en David con la cabeza de Goliat, por un profundo y perturbador conocimiento de sí mismo.
[…] La adoración de los pastores, un último y magnífico retablo pintado en Sicilia, vuelve al primer pesebre navideño, concebido por San Francisco; al popular arte religioso que el pintor conoció de niño; y a la sensación de abandono del propio artista y de su madre en la década de 1570 atormentada por las plagas. El cuadro no muestra ángeles, trompetas, tributos humanos o luces celestiales, sino únicamente, como dice Graham-Dixon, a una madre refugiada e indigente cuyas únicas pertenencias son las ropas que lleva a cuestas, con su hijo recién nacido firmemente agarrado y con la mirada fija en un futuro sombrío mientras yace exhausta en la oscuridad, recostada en un comedero en el suelo de tierra batida del establo. Tres obreros desconcertados y su anciano marido “observan pero no pueden tocar, como sueños o fantasmas...” Iconográficamente, los hombres desfigurados y tristes son José y los pastores. Emocionalmente, son el padre de Caravaggio, sus tíos, su abuelo, todos los hombres de la familia que habría podido tener, pero que perdió. […]
Hilary Spurling
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