|
Hopper. Rooms by the Sea. 1951 |
[...] Hopper es un pintor radicalmente americano no ya
por los paisajes o los temas que trata sino por una cierta sensibilidad
autóctona que se esmera en mantener a distancia del cosmopolitismo obligatorio
de las vanguardias, y también de la figura europea, entre sublime y fatua, del
artista moderno. Ser moderno, para los aprendices de artistas de la generación
de Edward Hopper, era escapar del provincianismo de su país y viajar a Europa,
siguiendo el rastro de los dos máximos pioneros, Ezra Pound y T. S. Eliot, que
repetían el itinerario establecido por Henry James. Donde las cosas sucedían
era en París o en Londres. Estados Unidos era una inmensa provincia dominada
por el afán del dinero y el puritanismo religioso. Preceptivamente, como tantos
otros, como Gertrude Stein y más tarde Hemingway, Scott Fitzgerald, William
Faulkner, Edward Hopper viajó a París pero no llegó a asentarse, y además no se
fijó en la pintura de Cézanne sino en la de Edgar Degas, y también en las fotos
de Eugène Atget, en las que entrevería una forma de retratar la ciudad que se
parece mucho a la que él mismo cultivó en su madurez: las casas vacías como
presencias entre invitadoras y ominosas, las ventanas en las que no hay nadie,
los umbrales en los que surge una figura humana que mira al espectador o que
mira al vacío. Hopper pasó por París sin visitar a Gertrude Stein y sin darse
por enterado de la irrupción del cubismo; viajó a Ámsterdam y dedicó mucho
tiempo a mirar La ronda de
noche de Rembrandt; volvió a Nueva York y ya no salió nunca de
Estados Unidos. Con la misma constancia se dedicó a pintar y a no hacer vida de
artista. [...]
Font: Antonio Muñoz Molina. Dos miradas americanas. El
País 23 de junio de 2012.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada