En
otoño de 1929 Salvador Dalí expuso por primera vez en París. Entre los óleos
que entonces presentó se hallaba El gran masturbador, que había
realizado aquel verano en Cadaqués. Tanto por la manera clara, precisa, casi
fotográfica de estar pintado, como por sus manifiestas connotaciones sexuales,
la obra puede situarse dentro de la poética surrealista que, desde mediados de
aquel año, el pintor venía defendiendo en sus escritos.
Con la
representación del rostro grotesco -“angustiado”, decía Dalí- que ocupa la casi
totalidad de la tela, el pintor introducía provocativamente la cuestión del
autoerotismo. En consonancia con el cuadro, en diversos textos autobiográficos
Dalí se refería a la importancia que tenía para él esa práctica sexual. Pese a
ello, y pese al mismo título de la obra, es muy probable que la masturbación no
sea el elemento principal de la pintura sino tan sólo uno de los muchos que la
componen.
Esta
afirmación resultará, tal vez, más comprensible si recordamos que Sigmund
Freud, del que Dalí era un atento lector, había llamado la atención sobre el
autoerotismo como una de las manifestaciones más destacadas de la sexualidad
infantil. Y fue precisamente durante aquel verano de 1929 cuando el pintor
declaró haberse visto asaltado por un afán “biográfico” que le retrotrajo a la
primera infancia. Como él mismo nos ha contado, su mente se vio poblada
entonces por un sinfín de imágenes pueriles que intentó trasladar tan
milimétricamente como le fuera posible a la tela.
Contra
lo que dijera Dalí, sin embargo, esas imágenes no tenían nada de pueriles. El
acceso a la “biografía” a través de la masturbación conduce inevitablemente a
un mundo de tensiones, ansiedades, terrores y angustias. Así lo deducimos de
esa langosta en lugar de la boca; o de ese león con melena en forma de manojo
de serpientes a modo de amenazadora cabeza de Medusa; o de esas largas pestañas
que feminizan el rostro protagonista, por no hablar de su misma forma de torso
descompuesto, al que cabría sumar las hormigas como nuevo signo de putrefacción
de muerte; sin olvidar la pareja petrificada de la derecha, en la que las
rodillas del personaje masculino se presentan manchadas de sangre, después de
que la boca de la mujer se haya aproximado -¿sexualmente? ¿peligrosamente?- a
sus genitales.
La
representación de la “infancia” en Dalí parte del complejo y oscuro mundo de
los orígenes radiografiado por Freud. En ese espacio, las denominadas
“fantasías primarias”, especialmente la de castración, parecen jugar, tanto en
ésta como en otras obras de la época, un papel primordial. A través del
recuerdo de un padre amenazador (que pronto simbolizará a través del mito de
Guillermo Tell) y una “madre arcaica” (que condensará junto al padre en aquel
mito: al mismo tiempo hombre y mujer, “monstruo de cuatro patas”, como decía
Crevel) Dalí escribirá un denso, oscuro, sintético relato de horror, que no
puede, sin embargo, ser reducido, como entonces pretendía Dalí, en sintonía con
los postulados surrealistas, a un mero documento psicopatológico.
El Bosco. La Creación (fragmento) |
Por encima
del amasijo de símbolos sexuales procedentes del inconsciente, el pintor ha
dispuesto un sistema visual que confiere orden, rigor y sentido a todas las
imágenes. Dejando de lado las abundantes citas que la obra contiene, El
gran masturbador, especialmente el “rostro” central, se basa en
una obra clásica que le sirve de modelo y al mismo tiempo confirma su
significación.
Pese a
que el pintor siempre afirmó que ese “rostro” angustiado se basaba en una roca
de Cap de Creus, lo cierto es que trabajos recientes (J. Yarza) han
identificado su origen en la tabla de La Creación que forma parte del tríptico El
Jardín de las delicias de El
Bosco. A mano derecha de esa tabla, en efecto, puede contemplarse una roca que
es al mismo tiempo un rostro siniestro. El parecido entre esa “doble imagen” y
el “rostro” pintado por Dalí en El gran masturbador es
sorprendente, y no puede deberse a la casualidad. No sólo por el conocimiento
que Dalí tenía de la historia de la pintura, sino sobre todo porque ambos
cuadros, a escala distinta, plantean en el fondo dos temas similares: un relato
sobre los orígenes y sobre su relación con la sexualidad y las perversiones que
de ella emanan.
Font:
Félix Fanés. El gran masturbador. El cultural. 29/03/200
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