Vasari, cuando describe
la manera en que trabajaba Leonardo da Vinci en La última cena en el refectorio
de Santa Maria delle Grazzie, cuenta que el prior se irritaba por los largos
intervalos de inacción que se permitía el pintor; pues ocurría, en efecto, que
éste se pasaba medio día contemplando la pared sin tocar sus pinceles. El
prior, que hubiera querido ver a Leonardo trabajando sin parar como lo hacían
los jardineros que labraban su huerta con la azada, finalmente pidió al duque
Sforza que instara al artista a apresurarse un poco. El duque preguntó, pues, a
este último sobre las razones de su lentitud; sabiendo que se las tenía que ver
con un ser superior, Leonardo se mostró totalmente dispuesto a explicar los
secretos del arte de pintar: «A menudo los hombres de genio hacen mucho más
cuanto menos actúan, pues tienen que meditar acerca de sus invenciones y
madurar en su espíritu las ideas perfectas que expresarán posteriormente
reproduciéndolas con sus manos».
Loquats and
Mountain Bird. Song Dynasty
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Los chinos consideran
que «pintar es sobre todo difícil antes de pintar», pues «la idea debe preceder
al pincel». Por eso la noción de que la pintura es una «cosa mentale» ha sido
siempre evidente para ellos. En Occidente es, por el contrario, la definición
de Jackson Pollock, «painting is something physical» [pintar es algo físico],
la que parece haber tenido un mayor predominio. En la pintura occidental, en
efecto, es relativamente raro que la obra constituya la simple proyección de
una visión interior preexistente; mucho más a menudo, la pintura resulta de un
diálogo, incluso de un cuerpo a cuerpo que el artista emprende con la tela;
situación perfectamente descrita por el axioma de Dufy: «Hay que saber dejar la
pintura que se quería hacer en favor de la que se hace». [...]
Font: Simon Leys. La felicidad de los pececillos. El Acantilado. 2011
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