Élisabeth Vigée-Lebrun.
Autorretrato
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[…] Por
supuesto que la presencia femenina en el mundo de las artes europeas fue rara
hasta finales del siglo XIX, igual que lo fue en cualquier otra actividad que
supusiera beneficios cuantiosos y prestigio social. Rara, pero real. Aunque
apenas las conozcamos, hubo un notable puñado de mujeres, sin duda valientes,
que a lo largo de los siglos pintaron o esculpieron. Mujeres que casi siempre
habían aprendido el oficio de manos de sus propios padres en el taller
familiar.
Ellas compitieron codo a codo con los hombres por lograr
el apoyo de los grandes mecenas, los monarcas, la aristocracia y el alto clero.
A veces fueron vapuleadas y tratadas con desprecio. Algunas abandonaron ante
las presiones sociales. Otras permanecieron ocultas tras la figura del padre o
del marido. Pero también las hubo que defendieron con uñas y dientes su talento
y lograron imponerse como artistas de éxito en un mercado en el que la lucha
por hacerse con los encargos era feroz. Unas cuantas llegaron a ser reconocidas
en toda Europa, vivieron viajando de un país a otro, solicitadas de todas
partes, y se construyeron sólidas fortunas.
Sofonisba Anguissola. Autorretrato
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Ahí están, como pequeños rayos de luz lunar en ese
universo mayoritariamente masculino, Sofonisba Anguissola (1532-1625), que
durante 13 años retrató a los miembros de la familia de Felipe II. Lavinia
Fontana (1552-1614), que pintó para el Papa Clemente VIII y llegó a cobrar por
sus retratos lo mismo que el gran Van Dyck. Artemisia Gentileschi (1593-1652),
que ganó tanto dinero con sus espléndidos cuadros que pudo casar a sus hijas
con nobles españoles, previo pago de enormes dotes. Judith Leyster (1609-1660),
que alcanzó un gran éxito en Holanda. Luisa Roldán, La Roldana (1652-1704),
exquisita escultora de cámara —el máximo honor de la época— de Carlos II y de
Felipe V. Rosalba Carriera (1675-1757), favorita en muchos palacios e
introductora de la técnica del pastel en la Francia del rococó. Angelica
Kauffmann (1741-1807), que se enriqueció en Inglaterra con sus obras neoclásicas.
Elisabeth Vigée-Lebrun (1755-1842), retratista preferida de María Antonieta y
codiciada por la nobleza de toda Europa. Constance Charpentier (1767-1849),
premiada en varios de los famosos salones parisinos de su tiempo. O Rosa
Bonheur (1822-1899), famosísima en medio mundo gracias a sus cuadros de
animales.[…]
Todas esas mujeres fueron reales. Existieron. Pintaron o
esculpieron. Y triunfaron. La gran pregunta es por qué no aparecen en la mayor
parte de los libros de historia del arte. Y por qué no vemos sus obras en los
museos. Supongo que la respuesta la tienen los hombres que, mayoritariamente,
han ejercido como historiadores, críticos y conservadores hasta tiempos muy
recientes. […]
Font: Ángeles Caso. El País. 8 de marzo de 2012
http://elpais.com/elpais/2012/03/07/opinion/1331119919_442911.html
http://elpais.com/elpais/2012/03/07/opinion/1331119919_442911.html
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