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San Jorge. Tudela |
"En estos y otros razonamientos iban los andantes, caballero y escudero, cuando vieron, habiendo andado poco más de una legua, que encima de la yerba de un pradillo verde, encima de sus capas, estaban comiendo hasta una docena de hombres vestidos de labradores. Junto a sí tenían unas como sábanas blancas con que cubrían alguna cosa que debajo estaba: estaban empinadas y tendidas y de trecho a trecho puestas. Llegó don Quijote a los que comían y, saludándolos primero cortésmente, les preguntó que qué era lo que aquellos lienzos cubrían. Uno dellos le respondió:
—Señor, debajo destos lienzos están unas imágenes
de relieve y entalladura que han de servir en un retablo que hacemos en nuestra
aldea; llevámoslas cubiertas, porque no se desfloren, y en hombros, porque no
se quiebren.
—Si sois servidos
—respondió don Quijote—, holgaría de verlas, pues imágenes que con tanto recato
se llevan sin duda deben de ser
buenas.
—¡Y cómo si lo son! —dijo otro—. Si no,
dígalo lo que cuesta, que en verdad que no hay ninguna que no esté en más de
cincuenta ducados; y porque vea vuestra merced esta verdad, espere vuestra
merced y verla ha por vista de ojos.
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San Martín. Pamplona |
Y, levantándose, dejó de comer y fue a quitar
la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a
caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la
boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de
oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote, dijo:
—Este caballero fue uno de los mejores
andantes que tuvo la milicia divina: llamose don San Jorge y fue además defendedor de doncellas.
Veamos esta otra.
Descubriola el
hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con
el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:
—Este caballero también fue de los
aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes
echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la
mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera
toda, según era de caritativo.
—No debió de ser eso —dijo Sancho—, sino que
se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.
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Santiago. Catedral de Burgos
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Riose don Quijote y pidió que quitasen otro
lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a
caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas; y en
viéndola, dijo don Quijote:
—Éste sí que es caballero, y de las escuadras
de Cristo: este se llama don San Diego Matamoros (1), uno
de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene ahora el
cielo.
Luego
descubrieron otro lienzo y pareció que encubría la caída de San Pablo del
caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de su conversión
suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo le hablaba
y Pablo respondía:
—Éste —dijo don Quijote— fue el mayor enemigo
que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo y el mayor defensor suyo
que tendrá jamás: caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la
muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a
quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le
enseñase el mismo Jesucristo.
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San
Pablo. Catedral de Zamora |
No
había más imágenes, y, así, mandó don Quijote que las volviesen a cubrir y dijo
a los que las llevaban:
—Por buen agüero he tenido, hermanos, haber
visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo
profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre
mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y
peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el
cielo padece fuerza, y yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis
trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese
de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser
que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo.
—Dios lo oiga y el pecado sea sordo —dijo Sancho a esta ocasión.
Admiráronse los hombres así de la figura como
de las razones de don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir
quería. Acabaron de comer, cargaron con sus imágenes y, despidiéndose de don
Quijote, siguieron su viaje."
Don Quijote. Segunda parte. Capítulo
LVIII