Guillem Morell. Ermessenda |
Me había escapado de una fiesta. Me perdí entre las callejuelas y los ocultos patios interiores del barrio judío medieval, desconcertante pero lógicamente próximo al recinto de la catedral (los eclesiásticos medievales ofrecían a «sus» judíos una protección basada en la extorsión). La sombra densa y la lluvia teñían la arquería y los adoquines. Un cartel indicaba que el angosto pasaje llevaba el nombre del famoso cabalista Isaac el Ciego. En algún lugar, no lejos de allí, el profeta invidente había practicado sus misterios ocultos. Un puñado de discípulos —a los cabalistas no les está permitido instruir a más de dos o tres adeptos— había llegado hasta aquel silencioso laberinto de callejas. Debieron de oír, como oí yo en ese momento, las campanas de la Seu anunciando las vísperas mientras practicaban sus artes arcanas.
Brancusi. Sleeping Muse |
Contemplando el desgastado tramo
de escaleras que conducía hasta un lugar más recóndito, vi las facciones de un
hombre muy anciano, con la barba ahorquillada y moteada de luz, que me miraba
con sus ojos muertos. La fantasía y el lugar se aliaron para crear un espectro,
para dar forma a una condensación y concentración de tiempo momentáneas. Luego
la sombra se diluyó en sombras más densas y la penumbra se llevó consigo el
punto o la luz. Es, así lo creo, esta pincelada «informadora» de la mano del
tiempo, de las presiones inconscientemente sentidas de la historia, a menudo
trágica, sobre el entorno físico, sobre el perfil de los tejados e incluso del
paisaje, en instantes enigmáticos, sobre los ríos y sobre los vientos, la que
uno siente en Europa con mayor intensidad que en ninguna otra parte. Sin esta
presencia palpable de la temporalidad humana careceríamos de esa geografía
incomprensible: esas colinas sembradas de viñedos, los pueblecitos arracimados,
los cielos despoblados, los panoramas de torres y agujas como telón de fondo de
las Pasiones renacentistas o tras las ventanas de un Van Eyck. Por el
contrario, la mayor parte del paisaje estadounidense, de ahí su liberalidad
seductora, es ajeno al pensamiento y al dolor humanos. Es atemporal en su
indulgente indiferencia. El tiempo europeo, esa especie de papel de lija de la
historia no satisfecha, es lo que define este alabastro de Girona, un perfil de
Brancusi o el grito de un Bacon, impensable en el vuelo libre de un Calder, en
su despegue ocasional de la mortalidad.
Font: STEINER, George. Errata, Ed. Siruela, Madrid, 1997. Pàgs 184-86
Font: STEINER, George. Errata, Ed. Siruela, Madrid, 1997. Pàgs 184-86
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