Autorretrato de Rafael. Uffizi
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[...] Al igual que Leonardo y Miguel
Ángel, con los que forma la excelsa triada de artistas del apogeo del
Renacimiento, [Rafael] recibe el influjo cultural así como la formación técnica del XV y
se proyecta ampliamente sobre el XVI y los siglos siguientes, estimándosele
también como uno de los pintores más geniales de la Historia, aun cuando
reducirle únicamente al manejo de los pinceles sea una injusticia, que
disminuye su polifacética figura, lo que análogamente acontece con sus dos
formidables coetáneos mencionados.
Hijo
de un pintor de inferior categoría, fue muy precoz, iniciándose al arte en su
Urbino natal, inmerso en el ambiente paterno; más tarde entró en el taller de
Perugino, autor del que captaría seguidamente su formulación estética:
personajes blandos de exquisita elegancia, tratamientos de fina delicadeza,
luminosidad propiciadora de sosiego, amplitud de escenarios, espectaculares
perspectivas y composiciones simétricas, todo lo cual le puso al día de las
últimas tendencias en el marco de la región de la Umbría. Al conjunto de estos
años se les denomina su primer periodo, en el que priman la serenidad y el
equilibrio, la belleza estática y el cromatismo diversificado con tonos suaves.
Como
es natural, para un hombre joven tan bien dotado para el arte, el siguiente
paso le llevaría a la capital tradicional del mundo cultural: Florencia. La
ciudad no pasaba por su mejor momento y conocía un proceso de decadencia; con
todo, Rafael pasó allí cuatro años, que fueron decisivos para su formación. A
orillas del Arno conoció la producción de Leonardo y la de sus seguidores que
se iba propagando por el norte de Italia. En consecuencia, las composiciones
triangulares, los aterciopelados esfumatos, el sentido de la proporción y un
paisaje más variado y múltiple ocuparon el lugar de su sistema precedente,
modernizándolo hasta el punto de proporcionarle renombre, más allá de las
fronteras de la Toscana.
Sistine Madonna (detail). Gemäldegalerie,
Dresden
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Por
causa de ello fue llamado por el Papa a una Roma que se iba recuperando de su
postración medieval, llegando en 1508 a la Ciudad Eterna: se cerraba su segundo
periodo y se iniciaba el tercero que concluiría con su muerte. Allí descubrió,
entre singulares novedades, las experiencias de Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina y su estilo asimiló muchos de los avances del inigualable maestro,
ganando en monumentalidad, dramatismo e inquietud. Se advierte que la expresión
artística de Rafael, en perpetua evolución, muestra a un autor dotado de
especiales facultades para sintetizar las enseñanzas aprendidas y las
impresiones recibidas de sus contemporáneos, a la vez que las del mundo de la
Antigüedad, y sin renunciar a su propia personalidad, alcanzar una fusión
renovadora que las engarza, transforma y comunica de manera absolutamente
nueva, en aras de esa serena perfección clasicista, que logra cumplidamente. [...]
Font: Juan Jose Luna
(conservador del Museo del Prado). Rafael y el siglo XVI. ABC, sábado 20 de
octubre de 2012
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