[...] ¿Estaba Van Gogh loco? No hay duda de que, en el universo de imprecisos contornos que abarca la locura, hay un lugar imposible de situar con precisión que corresponde al Van Gogh del otoño de 1888, aunque los diagnósticos de "epilepsia" de los médicos que lo trataron, primero en Arles, y luego en Saint Rémy, nos dejen bastante escépticos y perplejos sobre la verdadera naturaleza de su enfermedad. Pero es un hecho que la convivencia con Gauguin, en la que había invertido tantas ilusiones, al frustrarse, lo precipitó en una crisis de la que ya no saldría más. Es un hecho que la idea de que su amigo partiera antes de lo que le había prometido (un año) fue para él irresistible. Hizo lo posible y lo imposible por retenerlo en Arles, y este empeño, en vez de hacer cambiar de planes a Gauguin, lo incitó a partir cuanto antes. Éste es el contexto del episodio de la víspera de la Nochebuena de 1888, sobre el que sólo tenemos el improbable testimonio de Gauguin. Una discusión en el Café de la Estación, mientras tomaban un ajenjo, termina de manera abrupta: el holandés arroja su copa contra su amigo, que la esquiva apenas. Al día siguiente le comunica su intención de trasladarse a un hotel, pues, le dice, si el episodio se repite, él podría reaccionar con igual violencia y apretarle el pescuezo. Al anochecer, cuando está cruzando el parque Victor Hugo, Gauguin siente pisadas a su espalda. Se vuelve y divisa a Van Gogh, con una navaja de afeitar en la mano, que, al sentirse descubierto, huye. Gauguin va a pasar la noche en un hotelito vecino. A las siete de la madrugada retorna a la Casa Amarilla y la descubre rodeada de vecinos y policías. La víspera, luego del incidente del parque, Van Gogh se cortó parte de la oreja izquierda y se la llevó, envuelta en un periódico, a Rachel (una prostituta con la que Van Gogh tenía relaciones). Luego, regresó a su cuarto y se echó a dormir, en medio de un mar de sangre. Gauguin y los gendarmes lo trasladan al Hotel Dieu y aquél parte a París, esa misma noche.
Aunque nunca se volvieron a ver, en los meses siguientes, mientras Van Gogh permanecía todo un año en el sanatorio de Saint Rémy, los amigos de Arles intercambiaron algunas cartas, en las que el episodio de la mutilación de la oreja y sus experiencias de Arles brillan por su ausencia. Cuando el suicidio de Van Gogh, un año y medio más tarde, de una bala de revólver en el estómago, en Auvers-sur-Oise, Gauguin hará un comentario brevísimo y ríspido, como si se tratara de alguien muy ajeno a él ("Fue una suerte para él, el término de sus sufrimientos"). Y luego, en los años siguientes, evitará hablar del holandés, como asediado por una permanente incomodidad. [...]
Font: Mario Vargas Llosa. Dos amigos. El País 2001
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada