18 de maig 2013

Félix de Azúa. Los otros mundos que están en éste

Patinir. El paso de la laguna Estigia
Lo primero que vemos es una barca en medio del río. Sobre ella, un anciano de considerable estatura, apenas cubierto por una sábana que el viento agita, parece como si tratara de alcanzar la orilla derecha a golpe de remo atraído por un breve estuario. Le acompaña un niño minúsculo que mira, no sin aplomo, las tres cabezas del monstruo que se revuelve en el alpendre adosado a un castillo en cuyas terrazas están luchando a muerte varios hombres. En esa orilla debe de haberse desatado una guerra, porque al fondo arde una ciudad.

El monstruo ya ha avistado la embarcación y sin duda atacará al anciano y al niño en cuanto pisen tierra, pero hay algo extraño en la mirada del barquero, como si dudara en la resolución que debe tomar. Ese signo dubitativo nos sugiere que aún no ha decidido si la barca entrará en la zona donde habita el monstruo y tienen lugar las matanzas, o bien abordará la otra orilla, allí donde los ángeles acompañan a unas cuantas figuras inocentes por jardines atestados de frutales. Hay en los fondos del paisaje unas edificaciones cristalinas que recuerdan las de El Paraíso de El Bosco. Las dos embocaduras son similares y están la una frente a la otra, pero en la paradisíaca hay una barrera de rocas. La barca aún no ha tomado una dirección.

El Bosco. El Paraíso
No es necesario haber leído estudios especializados sobre Patinir, como el excelente de Javier Maderuelo, para entender que se nos está exponiendo una figura universal, la de la salvación y la condena, el Cielo y el Infierno, el amor y la destrucción. Es un desgarro que todos hemos vivido alguna vez bajo cualquiera de sus múltiples formas y que reconocemos de inmediato en esta imagen, aunque no sepamos quién es Caronte, dónde cae la laguna Estigia o qué clase de monstruo era el Cancerbero. Las imágenes tienen una potencia similar a la del lenguaje para describir acciones y pasiones. Ciertamente las escenas pintadas están detenidas, pero podemos darles vida a nuestro antojo, y de hecho eso es lo que hacemos cuando miramos pinturas, porque esa es la fuente de su fascinación: no sólo piden admiración, sino que exigen nuestra colaboración creativa. Nosotros finalmente somos quienes decantamos la barca de Caronte hacia el Cielo o el Infierno.

La pintura nos permite ver mundos que nunca han existido, pero que no por eso dejan de ser reales y verdaderos para el intelecto y para la sensibilidad. [...]

Font: Félix de Azúa. El País 16 de mayo de 2013

11 de maig 2013

Francisco de Zurbarán. Santas

Este prolífico pintor extremeño nació en Fuente de Cantos en 1598. Aun cuando entre su producción se hallan asuntos profanos (propios de su época, como los mitológicos, con su serie de diez lienzos sobre la vida de Hércules por encargo real), la mayoría de su obra se nutre de la iconografía religiosa y la vida monástica.

Se formó como pintor en la escuela sevillana. A semejanza de sus coetáneos Velázquez y Alonso Cano -a quienes conoció y frecuentó-, partió de las representaciones naturalistas, matizadas en su caso por cierto tenebrismo, para deslizarse después hacia un estilo próximo al manierismo italiano. Mantuvo su residencia y su taller en Sevilla, salvo algunos paréntesis en la Corte de Madrid y otros lugares. Murió en 1664.

El tema de las santas se convirtió en uno de los más característicos de la producción de Zurbarán y de su obrador. Dada la individualización que presentan los rasgos de algunas de estas figuras, se plantea que respondan a un género al parecer practicado en la Sevilla del momento, el del «retrato a lo divino». Si en la Francia del siglo XVIII las mujeres nobles apreciaron ser representadas como deidades clásicas, las damas de la alta sociedad sevillana del siglo XVII gustaron en ocasiones de ser efigiadas con los atributos de vírgenes o mártires, acaso sus santas patronas. La utilización de modelos reales para la representación de las figuras sagradas no era una práctica desconocida en la pintura española del seiscientos. Se conocen casos célebres como el de la familia de Velázquez en su Adoración de los Magos del Prado.

Santa Casilda
Santa Casilda de Toledo. La leyenda de esta santa sitúa su martirio en 1087, después de que su padre, un rey moro toledano, descubriera que se había convertido al cristianismo. Comparte con San Diego de Alcalá, Santa Isabel de Hungría y Santa Rosalía de Palermo el milagro que se le atribuye de alimentar a los presos cristianos con panes que se convirtieron en rosas en el delantal donde los portaba cuando su padre la descubrió. Se la invoca también contra la menorragia, que fue la causa de que se mudara a Burgos para bañarse en las milagrosas aguas de los lagos de San Vicente como remedio a sus males, motivo por el que se convirtió en patrona de Briviesca. Pintada al óleo entre 1630 y 1635. La santa está vestida con una gran riqueza y porta joyas perfilando su vestido. Se presenta modelada con una luz fuerte que subraya su monumentalidad, resaltando el intenso colorido de sus ropas contra un difuminado y discreto fondo. 

Santa Margarita
Santa Margarita de Antioquía. Invocada por las parturientas en el momento de dar a luz, su devoción se extendió rápidamente por Europa en la Edad Media al asociarse el tránsito del recién nacido con el de la santa cuando perforó con una cruz el vientre del dragón que se la había tragado, retomando el tema de Jonás en el vientre de la ballena. Hija de un sacerdote pagano de Antioquía, su ama de cría la había convertido al cristianismo. El gobernador Olibrio se prendó de ella al verla cuidando un rebaño de ovejas, pero ella no sucumbió a los requiebros y fue encerrada en un calabozo donde se le apareció el dragón que se la tragó. La tradición popular la asimiló a la princesa liberada por San Jorge. Padeció toda suerte de suplicios hasta morir decapitada. Pintada al óleo entre 1631 y 1640, va vestida de pastora con un traje naranja y un sombrero. Sus atributos son el dragón y el crucifijo

Santa Úrsula
Santa Úrsula. A la cabeza de las Once Mil Vírgenes, Úrsula de Colonia remonta el Rin hasta Basilea en una barca pilotada por un ángel antes de atravesar los Alpes y llegar a Roma para que ella, hija del rey de Gran Bretaña, y su novio fueran recibidos por el Papa Ciriaco. A su regreso a la ciudad germana, los hunos de Atila mataron a toda la caravana, pero el castigo a los bárbaros asiáticos no se demoró: un ejército de once mil ángeles los puso en fuga. ¿Hubo en realidad once mil vírgenes? La inscripción “XI.M.V.”, que dio pie al fabuloso número, puede leerse también como “once mártires vírgenes”, esto es, Úrsula y diez doncellas que la acompañaban; o incluso a sólo la santa si es verdad que el error procede del nombre de una de las compañeras, bautizada como Undecimilla. Ejerce el patronazgo sobre las ursulinas, las huérfanas y el gremio de pañeros, además de invocarse su protección contra el dolor de cabeza. Pintada al óleo entre 1641 y 1658, la santa está representada con una camisa azul, una falda verde y un manto rojo. En su mano derecha sostiene una flecha, que es el atributo de su martirio.

Santa Eufemia
Santa Eufemia de Calcedonia. Griega de Bitinia, región que se extendía por Asia Menor más allá del Ponto Euxino. El juez que la encausó por confesarse cristiana intentó violarla, pero al fracasar en su intento la sometió a los más variados tormentos: le rompieron los dientes con un mazo; la hicieron caminar descalza sobre hojas de espadas someramente enterradas, pero un ángel la elevó sobre el suelo; la arrojaron a una hoguera, pero las llamas la respetaron; la encerraron en el foso de los leones, que le lamieron los pies y le hicieron un trono con las colas entrelazadas... Pintada al óleo en el año 1637, Zurbarán la representa con una túnica roja y un manto azul. Se cree que murió en el Circo de Roma en época de Diocleciano. El atributo es una sierra, que porta en la mano izquierda.

Santa Marina
Santa Marina de Aguas Santas. Su madre se la confió a su criada Sila para que la matara, temerosa de que su marido la repudiara tras un parto múltiple, de nueve niñas, en la actual Bayona de Pontevedra, en el año 119. Pero la sirvienta, convertida al cristianismo, en vez de ahogarla en el Miño la dejó al cuidado de una familia amiga. Bautizada por San Ovidio, desafió a su propio padre, que quería que abjurara de su fe. Su martirologio incluye figuras arquetípicas, como el cuerpo que no se consume en el horno. Su cabeza, una vez decapitada, botó tres veces en tierra, formando tres manantiales de aguas con propiedades terapéuticas que aún hoy siguen manando en Orense. Es patrona de Guinzo de Limia, Cambados y la cordobesa Fernán Núñez, entre otras poblaciones. Está pintada ataviada con un colorido traje de pastora, con sombrero de ala ancha y fisonomía andaluza de cabellos oscuros. Pintada al óleo entre 1640 y 1650, lleva en sus manos una larga vara terminada en un garfio, quizás como alusión a su martirio, y un libro de oraciones, único elemento explícito de carácter religioso junto a la cruz que adorna su escote.

Santa Eulalia
Santa Eulalia de Mérida. La leyenda de Eulalia se parece a la de las jóvenes mártires Santa Inés de Roma y Santa Fe de Agen, martirizadas con doce años después de que se hubieran negado a incensar los ídolos paganos. Santa Eulalia -la Santa Olalla asturiana, patrona de Oviedo- fue apartada de la ciudad por sus padres, pero la doncella se presentó ante el pretor para renegar del paganismo. Su martirio es toda una escalada de suplicios: flagelada, rociada con aceite hirviendo, desgarrada su carne con ganchos, quemados sus pechos con antorchas y finalmente decapitada, instante en el que una paloma salió de su boca. Pintada al óleo entre 1640-1650, Zurbarán la retrató con una sencilla túnica de tono rosa, una tela roja ceñida y un tocado verde. 

Santa Inés
Santa Inés de Roma. Inconfundible el cordero que le sirve de atributo, la virgen mártir romana -iglesia en su honor en la plaza Navona- se tomó como símbolo de castidad y pureza a partir del cual se confeccionó su hagiografía, en la que ocupa lugar destacado su honra después de que fuera conducida desnuda a un lupanar por negarse a ofrecer sacrificios a los dioses paganos. Le creció el cabello para vestir su desnudez, como a Santa María Egipciaca, y un ángel la recubrió con un manto deslumbrante. Patrona de la orden trinitaria, de los adolescentes, de las novias y de los jardineros, ya que la pureza se asimila a un jardín cerrado que nadie ha podido hollar. Retratada por Zurbarán entre 1640-1650, este óleo muestra a la santa vestida con una sencilla túnica púrpura y una toca de tono amarillo. Entre los brazos sostiene un cordero y un libro. Agnus (Inés) significa «cordero» en latín y «casta» y «sagrada» en griego.