15 de juny 2013

Corot. El misterio de un pintor. Eduardo Jordá

Corot. The Bridge at Mantes
[…] ¿Por qué nos gusta Corot? No lo sé muy bien. Baudelaire escribió que los cuadros de Corot nos asombran lentamente, pero cuando vi el primer cuadro de Corot yo no recuerdo asombro, sino una extraña sensación de paz. Y también recuerdo, porque era muy joven entonces, que me avergonzaba sentirme atraído por esa extraña sensación de paz, porque lo que yo creía que necesitaba mi vida era turbulencia y aventura y quizá incluso destrucción. O dicho de otro modo, mucho Jackson Pollock y mucho De Kooning. Pero cada vez que veía un cuadro de Corot en algún sitio (y vi algunos en la National Gallery cuando era muy joven), sentía que algo me llamaba y me obligaba a asomarme, igual que le pasaba a la misteriosa figura vestida de rojo que se detenía frente al agua en “Una inundación”. Muchos años después leí que Van Gogh citaba en una de sus cartas a Théo una frase de Corot que le gustaba mucho: “Hay cuadros en los que no hay nada, y sin embargo todo está ahí”. 

Corot. The Church of Marissel
Y ahora sé que eso mismo era lo que me atraía en la pintura de Corot: que esos cuadros en los que no había nada, de pronto, sin razón aparente, me hicieran creer que todo estaba ahí. Y en esa idea del todo no sólo cabían la paz y el silencio y el misterio que son inherentes a Corot –eso que Van Gogh llamaba “el estado de ánimo Corot”-, sino también la sigilosa anunciación de que la vida podía y merecía vivirse al margen de la turbulencia o incluso de la destrucción. Porque en los cuadros de Corot uno intuía que la vida siempre podía encerrar una indestructible forma de armonía. Y yendo más allá, uno sentía en esos cuadros que no hacía falta irse muy lejos para encontrar un lugar en el que siempre nos gustaría vivir.

Al final de su vida, hacia 1870, cuando pintaba “Una inundación”, Corot se encontró en una tienda de paños de París una tela que llevaba la etiqueta “gris Corot”. Podemos imaginar que ese gris no era ni un gris musgo ni un gris ágata ni un gris perla –que son tonos del gris que ahora aparecen en el catálogo Pantone-, sino un gris distinto que podía ser luminoso y aéreo y plateado, todo a la vez, como esa luz espectral que Corot sabía capturar en las ramas de los álamos junto a un arroyo, en un momento del día que podría ser el amanecer o la puesta de sol, o quizá ese otro momento imposible –como el gris Corot- en que la luz del amanecer se fundía con la luz de la puesta de sol.
Corot. A Flood. Probably 1870-75
Y si admiramos a Corot, y si de alguna forma nos seduce alguien que pintó tantos cuadros –algunos de ellos muy poco interesantes-, es porque ese gris Corot sigue ahí, misterioso e indefinible, vibrando en las hojas de los sauces o espejeando en la superficie de un estanque, mientras una muchacha se agacha a coger algo que nunca sabremos qué es.
[…]

Font: Eduardo Jordá. Gris Corot. El misterio de un pintor

14 de juny 2013

Morandi. Antonio Muñoz Molina

Cuando Giorgio Morandi murió, el 18 de junio de 1964, en el caballete de su estudio se encontró su última obra, pulcra y terminada, un lienzo de formato pequeño, como casi todos los suyos, con una firma nítida en el ángulo inferior izquierdo, "Morandi", escrita con una caligrafía algo escolar, la firma de alguien acostumbrado a escribir con letra grande y clara en una pizarra. Morandi, que apenas salió de Bolonia y vivió siempre en el mismo apartamento familiar, se ganó la vida muchos años dando clases de dibujo en escuelas primarias. [...]

Durante mucho tiempo se preparó él mismo los colores; se complacía en las tareas manuales, en tensar el lienzo sobre el bastidor, en disponer sobre la mesa del estudio los objetos que iba a pintar. Giorgio de Chirico dijo de él que vivía sumergido en la astronomía de las cosas: las más cercanas y vulgares, botellas, latas panzudas de aceite, jarras, tazas de porcelana, tarros de alimentos, cajas. [...]

Giorgio Morandi, después de un periodo juvenil excepcionalmente corto de incertidumbre y tanteo, se convirtió muy pronto en lo que ya iba a ser siempre, pero en esa fidelidad a sí mismo no hay ni un rastro de autoindulgencia, igual que no hay repetición ni receta en el laconismo visual de su mundo: dos o tres autorretratos, algunos paisajes, una astronomía de objetos dispuestos sobre una mesa más frugal todavía que las de nuestro Sánchez Cotán. Umberto Eco ha comparado las naturalezas muertas de Morandi a las variaciones inagotables que Bach establece a partir de temas muy sencillos. Como en El arte de la fuga o en las variaciones Goldberg, la sensación que tenemos al mirar uno tras otro los cuadros de Morandi es la de una familiaridad construida a base de reiteraciones que están hechas de cambios muy sutiles, como los que observamos en las formas de la naturaleza, en la perpetua transformación y novedad de lo mismo. [...]

Morandi, Still Life. 1964. Último cuadro
El último cuadro de Morandi lo he visto en el Metropolitan de Nueva York, una mañana de noviembre, de niebla y llovizna, una niebla que atenuaba los colores y preparaba la pupila para las tonalidades de una pintura hecha de tenues amarillos y azules, de grises, de blancos de porcelana y nácar de conchas, de ocres y marrones que se parecen a los de la tierra otoñal y a los de las hojas empapadas de lluvia. El cuadro, como casi todos, se llama Natura morta, y desprende una serenidad que se va volviendo más misteriosa según me voy dejando atraer por él. Las pinceladas son amplias y ligeras: se ve muy clara su caligrafía, el modo en que el pincel ha rozado la superficie del lienzo sin llenarlo de materia cremosa. Es la mano de un hombre de 74 años al que le queda muy poco tiempo de vida, al que la vista le viene fallando desde hace mucho tiempo. Una franja horizontal sin volumen ha de ser la mesa; el fondo es otra franja más ancha, marrón claro. En el centro hay tres objetos, formas rotundas que sin embargo tienen la más sumaria indicación de volumen, una especie de ancha botella cónica, una caja vertical junto a ella, de un color azul claro, y delante un pequeño objeto casi esférico que puede ser un cascabel o quizás algún tipo de molde de repostería. Las tres mismas cosas aparecen en otros cuadros de Morandi, y también en las fotografías que se conservan de su estudio, que parecía más bien una celda, la de un monje o la de un recluso voluntario, el cuarto con la cama estrecha que hace de sofá y que tal vez es la misma en la que este hombre durmió de niño, en el principio de su vida quieta, de su carrera de funcionario menor en una capital de provincia. [...]

"Mi única ambición", dijo una vez, "es disfrutar la calma que necesito para trabajar". Tenía la paciencia de dejar que el polvo fuera cubriendo sus botellas y tazones, amortiguando su brillo, que la luz gastara los colores de las cajas. Botellas, jarras, cajas, adquirían el perfil de las torres de las ciudades medievales italianas o de los minaretes y cúpulas de un Oriente inventado. Por la ventana del estudio entraría una luz nublada de patio interior. Sus gafas de concha de observador absorto eran el telescopio de examinar las galaxias que caben en una alacena. [...] 

Font: Antonio Muñoz Molina. Astronomía de Morandi. El País, 15 de noviembre de 2008

13 de juny 2013

Ghiberti. Porta del Paradís. Joan-Lluís Palos i Francesca Regni

Porta del Paradís
[...] Florència, any 1400. La ciutat-Estat era una república de càrrecs electes, encara que dominada pels Albizzi, una família d’oligarques mercantils. Ells van ser els impulsors d’un canvi esencial per a la historia de l’art: inventar un concurs de mèrits perquè els millors escultors d’Itàlia competissin entre ells. El premi? L’adjudicació del projecte de la segona porta del baptisteri romànic de San Giovanni.

Al concurs van acudir molts artistes, però només set van arribar fins al final. El jurat, compost per vint-i-quatre persones, va emetre el veredicte l’estiu del 1402: l’elegit era Lorenzo Ghiberti. La seva proposta era més fidel al text bíblic... i costava menys diners que la de l’altre finalista, Filippo Brunelleschi, argument de pes tractant-se d’homes de negocis. Per al jove Lorenzo, de només vint-i-quatre anys, era un premi extraordinari perquè suposava passar de simple orfebre a escultor reconegut. A canvi, va haver d’adaptar-se al model de la primera porta realitzada en estil gòtic per Andrea Pisano entre el 1330 i el 1336.

Porta del Paradís
Ghiberti mai no s’havia caracteritzat per complir els terminis previstos, però aquesta vegada va batre totes les seves marques. L’encàrrec tenia un termini de lliurament de... nou anys. Va trigar-ne vint! Però va aconseguir un èxit insospitat. Així que el 1425, ara ja sense concurs, l’Arte di Calimala (nom del gremi de comerciants florentins) li va encarregar la tercera de les portes ["És una obra divina, digna de ser la Porta del Paradís", afirmarà Miquel Àngel] amb escenes de l’Àntic Testament per substituir la preexistent, de fusta i sense cap valor artístic.

En aquells moments Ghiberti era un triomfador, ric i famós a tot Itàlia. Aquest reconeixement li va permetre alliberar-se de les exigències dels seus mecenes i accelerar un canvi substancial en la història social de l’art europeu. A partir d’ell tots els mestres del Renaixement tindrien un camp més ampli per donar via a la inspiració i desenvolupar les seves capacitats. Es va plantejar una obra decisiva, no només en l’aspecte formal sinó també en el creatiu. De moment, va reduir el nombre de baixos relleus dels vint-i-vuit del seu treball anterior a deu, de manera que va poder fer-los més grans. Va ordenar les escenes cronològicament d’esquerra a dreta i de dalt a baix començant amb Adam i Eva i concloent amb Salomó i la reina de Sabà. Entre totes dues, l’embriaguesa de Noè, Esaú i Jacob, Moisès rebent les Taules de la Llei, Josep delatat pels seus germans o Josuè i la caiguda de Jericó.

Porta del Paradís
Tant a la porta de Pisano com a la primera del mateix Ghiberti, totes les figures eren de la mateixa mida amb independència de la seva posició, i per aquest motiu no tenien profunditat espacial. Això no podia continuar d’aquesta manera. “Després de molta feina -va escriure temps després- vaig canviar el meu criteri i vaig decidir que les figures més pròximes es veiessin més grans i que les més allunyades tinguessin una talla més petita, tal com les mostra la realitat”. [...]

Font: Joan-Lluís Palos i Francesca Regni. Si el paradís té portes. La Vanguardia, 5 juny 2013