23 de set. 2013

Rafael Argullol. Quattrocento. Prestigios florentinos

Retrat de G. Tornabuoni. Ghirlandaio
[…] La primera vez que uno va a Florencia se da cuenta de que lo que allí hay supera con mucho lo que hubiera podido imaginar. Parece imposible que gran parte de lo que ve se haya creado en un centenar de años. Cuando, luego, se buscan explicaciones casi ninguna es eternamente satisfactoria. Los historiadores se refieren a causas económicas, sociales, políticas, organizativas. Todas ellas son plausibles pero insatisfactorias para lo que aparece a los ojos como un milagro, como una suerte de golpe de mano del hombre para elevar el listón de la belleza hasta cotas inalcanzables. Pero ¿por qué en esa época y por qué en Florencia?

[…] Como el Quattrocento toscano es mi periodo favorito -quizá porque los artistas ejercían todavía de artesanos en una equilibrada muestra de modestia y libertad-, he vuelto una y otra vez a la pregunta, y aunque no se me ocurría desmentir ninguna de las argumentaciones de los historiadores, he elaborado una hipótesis para consumo propio: debe prestarse más atención, por encima de cualquier otra circunstancia, al prestigio de las artes entre los adolescentes florentinos de toda condición.

[…] La revolución de Florencia sería el establecimiento de un magnetismo único que atraería a sucesivas generaciones de jóvenes durante un siglo largo.

Retrat d'ancià. Ghirlandaio
Las Vidas de Giorgio Vasari, imprescindibles para entender los cambios en el lenguaje artístico, son una crónica minuciosa de aquel magnetismo, reflejado también por los historiadores florentinos del siglo XV. Por razones que ahora tal vez cuesta entender, Florencia estaba volcada en su propia creación como ciudad. Vasari relata las polémicas colectivas desatadas por la construcción de la cúpula de Santa Maria di Fiori y los vaivenes en el destino de Brunelleschi, cárcel incluida. De creer a Vasari y a los cronistas, cada nueva obra de envergadura excitaba la controversia entre los ciudadanos de Florencia. Las opiniones en torno a Miguel Ángel, ya a principios del siglo XVI, serían la culminación del torbellino.

Esta atmósfera situaba la creación artística en el centro de la vida ciudadana, de modo que los adolescentes se sentían cautivados por lo que ofrecían los talleres de los pintores y de los escultores. Y lo que ofrecían eran duras -durísimas, a menudo- condiciones de aprendizaje. Por Vasari y por otros cronistas nos podemos formar una idea bastante nítida del funcionamiento de los botteghe, algunas tan renombradas como las de los Pollaiuolo o la de Andrea Verrochio donde se educó Leonardo. El adolescente, un niño prácticamente, entraba a formar parte de la vida colectiva del taller hacia los 12 o 13 años. A lo largo de una década participaba en todas las tareas colectivas, desde las más rudas hasta las que le hacían acceder a las obras en proceso de elaboración. A los 20 o 22 años, el aprendiz, convertido ya en maestro, se establecía por su cuenta y, si no podía hacerlo en Florencia, emigraba en busca de trabajo a otra ciudad, materializándose así la fructífera trashumancia renacentista. Si el adolescente accedía a un centro privilegiado como la Academia de los Medicis, la vida cotidiana seguía presidida por el rigor y el esfuerzo, tal como recalcaba Vasari en referencia a Miguel Ángel.

La dureza del aprendizaje no apartaba a los jóvenes florentinos de los talleres, sino todo lo contrario. No hay duda de que desde Cimabue y Giotto, a través del Trecento, el oficio del artesano pintor o escultor se había afianzado gracias a la prosperidad económica de la ciudad; sin embargo, este fenómeno también se daba en muchas otras ciudades sin que se produjera la prodigiosa cristalización de Florencia. Se hizo necesaria la sedimentación de un prestigio para que, en un movimiento espiritual centrípeto, el talento se adhiriera a las calles de la ciudad como una segunda piel. Los florentinos tuvieron una exquisita percepción de lo que estaba sucediendo y bautizaron al héroe que atraía a sus adolescentes: el artista nuovo. […]

Font: Rafael Argullol. Prestigios florentinos

19 de set. 2013

Brunelleschi. Una reflexión sobre la arquitectura renacentista

La palabra Renacimiento aparece por primera vez con un claro significado histórico y conceptual en el libro de Giorgio Vasari 'Le vite de più eccellenti Architetti, pittori et scultori italiani, da Cimabue insino a' tempi nostri', publicado en Florencia en 1550, donde se puede apreciar ya la idea que influyó a todas las investigaciones científicas, literarias y artísticas desde comienzos del siglo XV en Florencia: hacer renacer la virtud, la grandeza y la belleza del mundo clásico. Se trata pues de un concepto que puede referirse a varios ámbitos y a varias disciplinas, todas ellas enlazadas por la nueva visión del hombre, centro y medida de todas las cosas, y de la naturaleza, obra de un creador racional, dotada de orden y armonía.

Lo que animaba a los artistas renacentistas era la voluntad de reunirse idealmente con el mundo clásico y con sus criterios de equilibrio, belleza, armonía, superando la experiencia gótica y medieval; pero, como afirma André Chastel en su 'L'Art italien', dentro de su imitación de los clásicos se gestaba la voluntad de crear algo profundamente renovador. Uno de los elementos que contribuyó a esa renovación fue el estudio de las proporciones en la representación del espacio, que se concretó en el uso de la perspectiva y en el establecimiento de reglas de proporción. Desde un principio, el problema de las proporciones entre las distintas partes de un edificio se había manifestado en términos eminentemente matemáticos, como definición de relaciones proporcionales entre cada una de sus partes y el todo, de manera que no se pueda añadir, eliminar o cambiar algo sin perjudicar el todo como escribe Leon Battista Alberti. En busca de un modelo ideal, los estudiosos intentaron recuperar los cánones y obras técnicas del clasicismo, redactando unos verdaderos tratados de estilo. En particular, para la tratadistica renacentista fueron muy importantes los diez libros de 'De Architectura', del arquitecto romano Vitruvio, que fue la base para la difusión de las ideas de canon y orden. En la época del llamado renacimiento temprano o Quattrocento, destacan la figuras de dos grandes arquitectos: Filippo Brunelleschi y Leon Battista Alberti.

[...] Las investigaciones científicas y formales realizadas por Brunelleschi fueron fundamentales para fijar la reglas y el sistema matemático-geométrico de representación de la realidad. Su interés por lo clásico y su conocimiento de las normas edificatorias medievales, lo llevaron a investigar las leyes de la perspectiva lineal y los problemas prácticos de la construcción, realizando una extraordinaria e innovadora síntesis entre la experiencia artesana de la arquitectura medieval y la nueva sensibilidad y profesionalidad renacentista, capaz de resolver los problemas edificatorios a la luz de una percepción unitaria del espacio. El resultado más extraordinario de esa síntesis es la obra por la que es universalmente conocido: la realización de la extraordinaria cúpula que remata la catedral de Santa Maria del Fiore en Florencia y que aún hoy despierta la admiración de arquitectos e ingenieros por la ingeniosa solución utilizada para contrarrestar el empuje horizontal de la alta cúpula semiesférica. En efecto, las cúpulas semiesféricas tienden a hundirse por el peso de su centro y sus bordes a abrirse hacia fuera. El acierto de Brunelleschi, al confiársele, en 1420, la obra más importante que debía ejecutarse en Florencia, fue el de combinar una cúpula interior más baja y una cúpula externa que, peraltándose en arco apuntado, sirviera de contrafuerte a la cúpula interior, contrarrestando su empuje horizontal con el peso, en sentido contrario, de la cúpula exterior de perfil apuntado. Brunelleschi decidió costruirla sin armazón ni dovelas, de manera que la cúpula se cerraba a medida que se iba construyendo y ella misma se daba apoyo. Esta técnica de edificación causó gran asombro, en el mismo León Battista Alberti que en su dedicatoria del 'Trattato della Pittura' así la alaba: "¿Quién antes que tú, Felipe arquitecto, se atrevió a construir estructura de tal dimensión, erguida hacia el cielo, ancha para poder cubrir con su sombra todas las gentes toscanas, y ejecutada sin ayuda de cimbras ni maderaje con tal artificio que, si yo lo entiendo bien, parece tan increíble a los de ahora como era ignorado de los antiguos?.[…]