5 de jul. 2012

Hopper y Vermeer. Eduardo Jordá


Hotel Room. 1931
[...] De todos los poemas que he leído sobre Hopper, el mejor me parece el de John Updike. Se llama “Dos Hoppers” porque Updike lo escribió en 1983 a partir de dos cuadros: el cuadro primerizo de la muchacha que cosía a máquina frente a una ventana, y el famoso “Habitación de hotel” (1931), quizá el cuadro más famoso de Hopper, el de la mujer que lee una carta en la cama de un hotel. El poema termina así:

Hemos estado aquí antes. La luz oblicua,
la mujer sola y atrapada entre los planos
de la pintura. Algún misterioso testigo nos ha invitado
a respirar junto a ellas. La chica que cose,
la carta. Hopper dice: ”yo soy Vermeer”.

Como poema, es magnífico, pero no sé si se puede decir que Hopper sea Vermeer. En Vermeer existe algo parecido a la gracia, no sabemos qué, quizá la serenidad, o la luz mansa, o el silencio, o el sosiego interior que percibimos en las mujeres que vierten leche o leen una carta -igual que la mujer de Hopper en la habitación de hotel-, pero esa gracia existe y se extiende por el cuadro y de algún modo alcanza a quien lo observa. En su sentido teológico originario, la gracia no es más que la generosidad de Dios, que bien podría ser, en el caso de Vermeer, la generosidad de la luz (y del artista que sabe atraparla).

Sin embargo, nada de eso existe en Hopper, porque sus personajes nunca alcanzarán la gracia, o ni siquiera son conscientes de que exista algo semejante a la gracia. Y lo curioso del caso es que eso tampoco les importa. Y lo más extraño del mundo de Hopper es que en él no hay esperanza, pero tampoco hay desesperación. Y no hay salvación, pero tampoco condena. Y no hay perdón, pero tampoco hay culpa. Y eso es lo que nunca entenderemos, lo que siempre nos llevará a preguntarnos qué está ocurriendo en los cuadros de Hopper, y por qué se ha puesto esa mujer a mirar por la ventana, justo ahí enfrente, al otro lado de la calle.

Muchacha cosiendo a máquina. 1921
Hay otra diferencia esencial de Hopper con respecto a Vermeer. En los cuadros de Vermeer, a pesar de la impresión general de silencio, se puede percibir un tenue ruido de fondo: se oyen susurros, unos pasos delicados sobre las baldosas resplandecientes, el sonido de la leche que cae en el cuenco, el roce de una mano contra una cortina. En cambio, en los cuadros de Hopper no se oye nada. El mundo se ha detenido y el silencio se ha adueñado de todo. Pensemos de nuevo en la famosa “Habitación de hotel”. Todo el mundo se refiere a la mujer del cuadro como joven, pero si nos fijamos bien no es joven, o si lo es, no es nada bella, ya que su rostro parece más bien una máscara. Sobre las rodillas esa mujer tiene una carta, o un telegrama, y nos preguntamos qué dice esa carta. Podría ser la carta de un hombre que la había citado en aquel hotel, aunque de momento ese hombre no se ha presentado, o tal vez lo que sostiene la mujer es el telegrama enviado por ese hombre diciendo que no puede acudir a la cita. En el cuadro no sabemos lo que ocurre: si la mujer alberga aún una esperanza de que ese hombre vaya a llegar o si sabe que ya no debe esperar nada. Todavía tiene las maletas sin deshacer. No sabemos si esa mujer acaba de llegar o está a punto de irse. Y Hopper pinta ese momento en el que todo está en silencio y no se oyen ruidos que llegan de la calle, ni tampoco portazos ni radios ni teléfonos en el pasillo del hotel, y ni siquiera podemos oír el corazón de esa mujer que lee una carta. Porque Hopper pinta ese momento exacto, irrepetible, en que se produce la iluminación o la catástrofe, y el personaje la acepta como irremediable.

Pero el milagro que ocurre en ese cuadro –y del que la mujer no es consciente– es que la luz invade la habitación, y esa luz parece preservar a esa mujer y protegerla del exterior y también protegerla de sí misma. Esa luz no le concede la gracia ni la salvación, pero al menos la impulsa a aceptar que esté allí, vestida con una combinación de color carne, leyendo una carta en una habitación de hotel, con las maletas hechas en un rincón y un sombrero gris esperando paciente sobre la cómoda. [...]

Font: Eduardo Jordá. Hopperiana (I). Ambos Mundos. UNIR

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada