22 de març 2016

Brunelleschi. Los secretos de la cúpula del Duomo de Florencia



La cúpula de la catedral de Florencia fue construida hace 600 años por Brunelleschi utilizando una técnica constructiva tan ingeniosa e innnovadora que aún hoy sigue sorprendiéndonos.

19 de març 2016

El Bosco. El jardín de las delicias. Museo del Prado


El Bosco. El jardín de las delicias. Hacia 1500-1510, óleo sobre tabla, 220 x 389 cm

7 de març 2016

19 de febr. 2016

Georges de La Tour. Manuel Hidalgo y Antonio Muñoz Molina

De La Tour. La buenaventura
Georges de La Tour y sus circunstancias no pusieron fácil la labor de los historiadores del arte ni la mera supervivencia de su obra. El pintor no firmó ni puso fecha ni título a la mayor parte de sus cuadros. Un buen número de sus lienzos se destruyó durante la Guerra de los Treinta Años, cuando los franceses arrasaron el Ducado de Lorena, su casa de Lunéville fue incendiada y el artista tuvo que salir hacia la cercana Nancy por piernas. Uno de sus 10 hijos, Étienne, fue también pintor y su discípulo, lo cual, unido a la abundancia de aprendices en su taller, hizo o hace dudar de la autoría de ciertos cuadros, particularmente cuando de algunos existen dos versiones bastante similares.

[…] Georges de La Tour nació en Lorena, en 1593, en el pueblo bajo mando episcopal de Vic-sur-Seille, segundo de siete hermanos. No se sabe nada sobre cómo el hijo de un panadero pudo formarse y llegar a ser pintor, pero el caso es que, en 1617, se casó en Lunéville con una noble llamada Diane Le Nerf e inició una gran carrera bajo el mecenazgo del duque Enrique II de Lorena, que era fan de Caravaggio.

La Tour, en los años siguientes, no paró de recibir encargos de los ricos de Lunéville, fue pintor oficial del duque, se hizo millonario, se construyó una estupenda casa y comenzó a tener hijos hasta un total de 10. Todo se estropeó cuando los franceses asolaron la ciudad en 1638.

De La Tour. El tramposo del as de tréboles
[…] La pintura de La Tour tuvo dos etapas. A la primera, le corresponden los llamados cuadros diurnos y, a la segunda, los nocturnos. En los primeros, abundan más los personajes de calle, mendigos, músicos, campesinos o gentes en actitud ligera -peleas, juegos de cartas, lectura de manos-, a menudo de rasgos rudos, sufrientes o banales.

La etapa nocturna se caracteriza por un intenso recogimiento, por una evidente espiritualidad, por una geometría estática de masas y de colores y, sobre todo, por el persistente e inconfundible recurso del pintor a iluminar a sus personajes y sus escenas mediante la fuente de luz de una vela. Esa vela (o palmatoria, o lo que sea) la suele colocar con frecuencia en el centro del cuadro, alguien la tapa en parte con su mano (o no) y la luz que despide hace resplandecer rostros y amplias zonas de ropa mientras que el resto de la tela permanece en penumbra o en la completa oscuridad. Éste es el estilo de La Tour que aprendemos a conocer y reconocemos.

De La Tour. El recién nacido
La pintura de La Tour ha concitado la admiración de muchos escritores, sobre todo a partir de una exposición que se organizó en París en 1935. El poeta René Char, efímero surrealista, dedicó varios textos a La Tour y destacó su secreto y su misterio. André Malraux confesó la influencia del claroscuro en su propio modo de escribir y se sintió maravillado por los perfiles de los personajes femeninos.

[…] La Tour pintó no pocas obras religiosas -bíblicas, evangélicas y de santos-, pero los críticos -y también Malraux- han hecho notar siempre que -con la excepción de algún santo- las figuras y las escenas religiosas no están tan sublimadas como acostumbramos a ver, confundiéndose con personas y hechos que podrían ser bien corrientes. ¿Por qué ese recién nacido es o ha de ser Jesús? ¿Por qué esa atractiva muchacha meditabunda es o ha de ser María Magdalena?

[…] Después de una fructífera estancia de varios años en París, alojado en el Louvre y protegido por el rey Luis XIII, Georges de la Tour regresó a Lunéville en 1641, incrementando su dedicación a la pintura religiosa y aumentando su prestigio. Una epidemia de peste acabó con la vida de su mujer el 15 de enero de 1652 y, a los 15 días, con la suya

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Georges de La Tour. La Magdalena penitente

De La Tour. Magdalena penitente
El drama de luz y tinieblas de Caravaggio, Georges de La Tour lo convierte en serenidad y contemplación. Una llama vertical asciende de una lámpara y baña parcialmente con su luz aceitosa la habitación en sombras en la que una mujer joven apoya la cara pensativa en una mano mientras posa la otra sobre la calavera que tiene en el regazo. Sobre la mesa, junto a la lámpara, que es un vaso de cristal con esa transparencia que sólo hemos visto pintada en Velázquez, hay unos libros, un objeto que sólo si se mira con cuidado se ve que es una cruz, un látigo hecho con una soga, tampoco muy visible, porque se pierde pronto en la oscuridad. El látigo, la cruz, son los emblemas ortodoxos de la penitencia. La luz es la fugacidad de la vida; la calavera, el recordatorio de la cercanía de la muerte; los libros cerrados, la vanidad del conocimiento humano.

Otros pintores representan a la Magdalena azotándose, juegan con el contraste entre la belleza de su carne joven y las telas de saco o las pieles ásperas que la cubren a medias, en grutas o parajes convenientemente desérticos. Georges de La Tour reduce al mínimo el vocabulario obligatorio de la representación para concentrarse en la plenitud de la presencia, en una contemplación ensimismada que es la de esa mujer en la habitación en la que sólo arde una llama y la que se nos contagia a nosotros cuando miramos el cuadro, examinando el modo en que esa luz toca cada superficie, la piel joven, el pelo tan liso, la camisa blanca, los dedos, las uñas, el hueso de la calavera, la soga, el contraste entre el máximo de claridad y los grados diversos de penumbra, y luego de negrura.

Font: Antonio Muñoz Molina

23 de gen. 2016

Rafael Argullol. El llibre i el lleó

Niccolà Colantonio
Cada tarda el lleó penetrava a la cova i s’apropava al seu benefactor. Durant el dia el lleó havia vagarejat pel desert, a la recerca d’aliment, o sense altra missió que travessar la silenciosa bellesa de la vida. Si era necessari no defugia el combat i, després, anava a netejar-se el morro a les clares aigües del riu. Però, fossin com fossin els seus matins, en insinuar-se el capvespre tenia el desig d’anar a trobar el seu benefactor.

Vincenzo Catena
Al seu costat les nits transcorrien sempre iguals, sobretot a l’hivern, quan el foc que il·luminava el fons de la cova projectava a la paret les dues figures. L’home, cobert amb una tela tosca, romania interminables hores davant dels seus pergamins. Era ja d’edat avançada però tenia la mirada viva i el pols ferm en el moment d’escriure. De tant en tant interrompia la seva tasca i, inclinant-se una mica, acaronava la cabellera del lleó. Aquest esperava pacientment als peus de l’anacoreta i quan, per fi, la carícia es produïa experimentava una sensació intensa que apaivagava tota la seva ferocitat. Oblidava les lluites i caceres del matí i es deixava perdre en aquella pau amistosa.

Albrecht Dürer
Aleshores, inevitablement, tornava a la memòria del lleó aquell migdia encès per un sol blanc en què la seva arpa ferida sagnava amb abundància. S’havia clavat una enorme punxa i, per més que es debatia, no trobava la forma d’arrencar-se-la. Enmig d’aquest turment va fer la seva aparició un home que parlava en veu alta, distret, ignorant de la presència del lleó ferit. L’home dirigia les seves paraules al cel. De sobte, va advertir la proximitat de l’animal; no obstant això, lluny d’espantar-se, com feien els homes quan es trobaven amb lleons, es va quedar molt quiet. Després, amb un mig somriure, li va dir coses que semblaven amables. Veient tranquil l’home, també el lleó ferit es va tranquil·litzar, i en demanar-li que aixequés l’arpa el felí ho va fer sense cap por. L’home va passar molta estona furgant acuradament en la ferida fins que va aconseguir extreure la punxa. Immediatament va sentir un gran alleujament i, en aixecar-se el seu benefactor, el lleó el va acompanyar fins a la gruta en la qual vivia.

Rogier van der Weyden
Així van transcórrer els dies i, després, els anys. El seu benefactor no disminuïa la seva perseverança i els seus manuscrits es multiplicaven fins a convertir-se en un llibre enorme. L’home va envellir, fins que la seva prima carn gairebé va quedar despresa de l’esquelet, treballant sempre amb tenacitat, de l’alba a la foscor. El lleó també va envellir, al mateix ritme que el seu benefactor, fins que la mort va irrompre a la cova. Primer va morir l’home i la seva cara va quedar dibuixada amb faccions serenes. En veure el rostre ja sense vida del seu amic, al lleó li va semblar -amb l’indesxifrable pensament dels lleons- que havia complert finalment amb la seva tasca. La fera va sortir fins a la porta de la cova per contemplar el desert per darrera vegada, i després va jaure al costat del seu benefactor, de la mateixa manera que ho havia fet al llarg de tants anys i, com un lleó feliç, va lliurar-se a la mort.

El gran llibre, l’obra de tant temps i de tants afanys, va ser el testimoni mut de l’escena.

22 de gen. 2016

Félix de Azúa. El arte después de la muerte del arte

Este breve curso, impartido por Félix de Azúa, relata de manera clara y sin tecnicismos cuál ha sido el recorrido de las artes en los últimos doscientos años, desde la revolución francesa hasta nuestros días.






9 de des. 2015

Morandi. Antonio Muñoz Molina

[...] Las historias de artistas y escritores, desde el Romanticismo, suelen acentuar el heroísmo de la desmesura: la vida de Morandi, igual que su pintura, parece la búsqueda obstinada del mayor grado posible de limitación. No solo vivió en Bolonia toda su vida sino que además no cambió de domicilio desde que era niño. El mayor viaje formativo de su juventud lo hizo a Florencia, que estaba a poco más de una hora de tren. Probablemente la mayor influencia moderna que recibió fue la de Cézanne, pero la primera vez que viajó a París, ese destino obligatorio de cualquier artista de entonces, tenía sesenta y seis años. En Florencia, los volúmenes austeros y los colores amortiguados de los frescos de Giotto y Masaccio le dejaron una influencia que iba a durarle toda la vida. Muchas veces, pintado al óleo, Morandi elige tonos tenues, incluso apagados, que se parecen a los de los frescos deteriorados por los siglos en las iglesias de Florencia. Y esas botellas, esas aceiteras y jarras, se yerguen en un espacio despojado como santos de Giotto, como figuras cubiertas por mantos y togas en los frescos de Masaccio y de Piero della Francesca.

[...] Decía el físico Richard Feynman que no hay nada que mirado con algo de atención no pueda resultar apasionante. Como un científico que ahonda durante muchos años en un ámbito muy reducido de la experimentación, o un músico que explora las posibilidades de un tema musical breve y muy simple, Morandi resume el mundo no ya en su ciudad natal o en la casa donde ha vivido siempre, sino, más limitadamente aún, en una mesa común de cocina, sobre la que se agrupan, se separan, se cambian de disposición, unos cuantos objetos. El efecto es como el de ese gusano o esa abeja o mariposa que en un poema breve de Emily Dickinson comprime todo el espectáculo de la naturaleza. En una foto célebre se ve a Morandi, ya viejo, vestido con formalidad, observando algo con las gafas levantadas sobre la frente, con una expresión absorta y un aire como de asombro y de capitulación, como reconociendo que después de tantas tentativas, de tantas horas, de tantos años, el misterio de la presencia visual de las cosas siguiera siendo inabordable.

[...] Con los años, Morandi se fue emancipando de la rotundidad de Cézanne, o más bien se aproximó a lo que había hecho Cézanne con las acuarelas y los dibujos. Las figuras primero se despojan de peso y luego van perdiendo el volumen, igual que el espacio ya no ofrece la ilusión de la profundidad. La mesa no es una superficie plana y definitiva, sobre la cual se asientan firmemente las cosas, sino una franja de color o un horizonte brumoso. Eso tan cercano es una gran lejanía. Lo concreto y tangible se disuelve en veladuras como sombras, en extensiones delicadas de materia que le hacen a uno pensar en otro místico y otro recluso, Mark Rothko. Pero lo contenido de la escala lo mantiene todo a ras de tierra, en el ámbito atemperado de lo familiar y de los saberes prácticos y poéticos del oficio. [...]