4 de febr. 2015

Leon Battista Alberti. Ismael Belda

Leon Battista Alberti fue de joven una especie de atleta: con los pies atados, podía saltar por encima de un hombre; hacía estremecerse, al cabalgarlos, a los caballos más fuertes; podía lanzar hacia arriba una moneda en el centro de la catedral de Florencia y la moneda resonaba contra lo alto de la bóveda. Jacob Burckhardt escribe de él: «En tres cosas quería parecer impecable: en el andar, en el cabalgar y en el hablar». Era muy pobre, pero aprendió música sin ayuda y sus composiciones fueron admiradas en su época. Finalmente, enfermó de tanto estudiar. A los veinticuatro años, al notar que la edad había debilitado su memoria, dejó el estudio del derecho canónico y se dedicó a aprender matemáticas y todas las técnicas imaginables de los propios artistas y artesanos (arquitectos, pintores, escultores, zapateros...) y a crear extrañas máquinas. […] Creía que toda creación humana tenía algo de divino. Fue autor de numerosos poemas, de novelas, de una autobiografía en tercera persona y de una oración fúnebre por su perro. Según Vasari, fue el primero en adaptar la métrica latina a la poesía en lengua vulgar. A los veinticinco años, escribió una obra de teatro en latín que pasó entre los expertos por un original de la Antigüedad. Fue el autor de la primera gramática italiana y de un tratado sobre criptografía llamado De componendis cifris, que incluía los famosos «discos de Alberti» y que constituye el primer ejemplo de cifrado polialfabético. 

Su tratado sobre pintura, Della pittura, contiene la primera descripción científica de la perspectiva e influyó profundamente en Andrea Mantegna, Piero della Francesca y Jacopo Bellini. Afirmaba que «todas las fases del aprendizaje deben derivarse del estudio de la naturaleza». Estaba obsesionado con los mapas y con las formas de trazar mapas. […] Cuando veía «árboles magníficos», o un trigal maduro, o un soberbio caballo, los ojos se le arrasaban de lágrimas. Sentía veneración por «los ancianos hermosos», a los que consideraba una «delicia de la naturaleza», y por los animales. Se decía que a menudo, estando enfermo, la vista de un «lugar de belleza» bastó para curarlo. También que tenía el don de la profecía y que podía ver en el alma de las personas. «Se sobreentiende -dice Burckhardt- que toda su personalidad estaba poseída y sostenida por una fuerza de voluntad intensísima». Ha sido señalado como autor de la novela Hypnerotomachia Poliphili (El sueño de Polífilo), habitualmente atribuida a Francesco Colonna, o de sus exquisitas xilografías. 

En el reverso de una medalla con su efigie, se ve un ojo alado del que salen relámpagos y, debajo, una misteriosa inscripción: «QVID TUM», es decir, «¿Y qué?», o «¿Y qué importa?» Es posible que se trate de una alusión ciceroniana (es la expresión que usa éste para crear suspense y avanzar en una argumentación), pero también es probable que se trate de una cita de Virgilio, de la décima égloga: «quid tum, si fuscus Amyntas? / et nigra uiolae sunt et uaccinia nigra», es decir: «¿Y qué importa si Amyntas es moreno? / También son negras las violetas y negros son los arándanos», algo que podría ser una muestra de su actitud desafiante o indiferente ante su condición de hijo ilegítimo. Esas dos palabras, por cierto, también constituyen otra cita virgiliana: en el canto IV de laEneida, Dido, a punto de ser abandonada por Eneas, grita desgarradoramente «quid tum?», es decir, en ese contexto: «¿Y qué voy a hacer yo ahora?» […]

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